lunes, 11 de abril de 2011

La pubertad y la adolescencia

PSICOLOGÍA Y CULTURA


DELVAL, Juan; “EL DESARROLLO HUMANO”; México; Siglo XXI Editores, 1996

21. LA PUBERTAD Y LA ADOLESCENCIA

Si comparamos las conductas de niños y jóvenes nos damos cuenta rápidamente de que durante un período que podemos situar entre los doce y los quince años (con el riesgo de fijar arbitrariamente otros límites), se producen cambios profundos en los sujetos que se manifiestan en todo lo que hacen. Esos cambios son tanto físicos como psicológicos o sociales. Por decirlo brevemente y de una manera muy esquemática. Desde el punto de vista físico se observa una gran aceleración del crecimiento, pero también cambios en la forma de abordar los problemas y de entender la realidad y la vida, que va unida a capacidades intelectuales muy superiores y a gusto por lo abstracto y por el pensamiento, y desde el punto de vista social, el establecimiento de unas relaciones distintas con el grupo de los coetáneos y con los adultos, y la búsqueda de un lugar propio en la sociedad. En este capítulo y los dos siguientes vamos a ir examinando estos distintos cambios, comenzando por el desarrollo físico.

Los cambios físicos en la adolescencia

Aunque los cambios en el crecimiento no constituyen los únicos fenómenos que se producen en la adolescencia, sin embargo resultan los más llamativos a primera vista, porque son muy evidentes. Además están estrechamente relacionados con los cambios sociales, pues son los que van a posibilitar que los jóvenes se inserten en la sociedad adulta. Durante este período los humanos alcanzan su capacidad reproductora, lo cual constituye un índice esencial de la llegada a la etapa adulta.
El comienzo de la adolescencia viene marcado por modificaciones físicas muy aparentes que constituyen lo que se denomina pubertad. Pero la pubertad es un fenómeno físico que conviene diferenciar de la adolescencia, la cual, como veremos, depende mucho de factores del ambiente social. Desde el punto de vista físico y fisiológico, se produce transformaciones de una profundidad y rapidez muy superiores a las de la etapa anterior y que solo tienen comparación con las que habían tenido lugar durante la etapa fetal y los momentos posteriores al nacimiento. El cambio físico más evidente se refiere al tamaño y la forma del cuerpo y también el desarrollo de los órganos reproductivos, pero además de eso hay otros muchos cambios menos visibles, por lo que el procesote desarrollo físico es bastante compleja. No podemos entrar aquí en todos los detalles de este fenómeno, que han sido estudiados con bastante cuidado. Entre los autores que han contribuido a nuestro conocimiento de este tema se encuentra James M. Tanner, autor de numerosas monografías y estudios de conjunto sobre el desarrollo físico del hombre. En las páginas que siguen nos vamos a apoyar, como hace la mayor parte de los que se ocupan de este tema, en sus diversos escritos, especialmente en sus trabajos de 1961, 1970 y 1978. Un tratamiento extenso de los distintos problemas del crecimiento puede verse en Falkner y Tanner (1986).
Como decimos al comienzo de la adolescencia se produce una importante aceleración del crecimiento, en talla y peso, que se había ido ralentizando después del nacimiento. En el capítulo 8 habíamos recogido las tablas que reflejan ese crecimiento en cifras absolutas, así como las referentes al incremento en talla y peso, expresado en centímetros o kilos por año. Como se ve en la figura 8.2 (que reproducen los datos de Hernández y colaboradores sobre niños/as españoles), en un determinado momento se produce un rápido aumento en la velocidad del crecimiento. Puede observarse en las figuras que la aceleración alcanza su máximo hacia los 12 años en las niñas y hacia los 14 años en los niños y puede llegar a un aumento de talla de 2 centímetros en un año en los chicos y 9 centímetros por año en las chicas, siendo la media de 8,8 y 7 cm, respectivamente. Algo semejante sucede con el peso, como aprecia en las figuras.
Los cambios en los adolescentes son producidos por las hormonas, algunas de las cuales aparecen por primera vez mientras que otras simplemente se producen en cantidades mucho mayores que anteriormente. Cada hormona actúa sobre diversos receptores y, por ejemplo, la testosterona actúa sobre receptores en las células del pene, la piel de la cara, los cartílagos de las uniones del hombro y algunas partes del cerebro. Los cambios que producen estas hormonas afectan al aumento de la longitud del cuerpo, a su forma y a las relaciones entre las partes, al desarrollo de los órganos reproductivos y a los caracteres sexuales secundarios. Muchos aspectos del crecimiento son semejantes en varones y mujeres, mientras que otros son específicos.
El control hormonal del crecimiento es diferente del que se producía en etapas anteriores y, quizá por ello, el crecimiento de la adolescencia es independiente del que tuvo lugar antes, de tal forma que, durante la adolescencia, un chico o chica pueden cambiar su estatura en relación a los de su edad, convirtiéndose en más alto/a o más bajo/a de lo que era antes respecto a la media. Además, las diferencias entre unos individuos y otros respecto al momento en que comienzan los cambios, como veremos en breve, pueden ser muy grandes.
Figura 21.1. Crecimiento de la fuerza del brazo en niños y niñas. A partir de la adolescencia la fuerza que pueden realizar con los brazos chicos y chicas se empieza a diferenciar claramente. La fuerza de tirón con los brazos se obtiene midiendo la capacidad de separar las manos colocadas delante del pecho agarrando las asas de un dinamómetro (tomada de Tanner, 1978
 
 






En los varones se produce un crecimiento de los músculos muy superior al de las chicas, estableciéndose unas diferencias que antes eran desconocidas. En la gráfica de la figura 21.1 se recogen los datos referentes a los cambios de fuerza en el brazo, basados en un estudio longitudinal desde los 11 a los 17 años. La medida de tirar con el brazo se refiere a separar las manos, colocadas delante del pecho, agarrando las asas de un dinamómetro, y la de empujar, al movimiento inverso. Las diferencias, que eran apenas perceptibles a los once años, se empiezan a agrandar a partir de los trece años, alcanzando cifras muy distintas a los 17, que hacen que la fuerza de los varones sea doble que la de las mujeres.
Al mismo tiempo se produce también en los varones un mayor desarrollo del corazón y los pulmones, una mayor presión sistólica sanguínea, un ritmo cardíaco más lento y una mayor capacidad para transportar oxígeno en la sangre, así como más posibilidades para eliminar los productos de deshecho del ejercicio muscular, tales como el ácido láctico. Tanner señala que todos estos cambios hacen al varón más capaz de realizar ejercicio físico, y de luchar, cazar, transportar objetos pesados y, en una palabra, le convierten en un ser bien adaptado a la vida de cazadores y recolectores que nuestros antepasados han realizado durante cientos de miles de años, hasta una etapa relativamente próxima en el tiempo, que se puede remontar a unos diez mil años. Estas características, en cambio, parecen menos útiles y ese dimorfismo sexual menos importante en una sociedad como la nuestra en que las mayor parte de las tareas que se realizan no implican grandes esfuerzos físicos y en como fuere, sucede así, y los cambios que están teniendo lugar en nuestra vida no van a alterar en poco tiempo las adaptaciones que se han producido de la misma manera desde hace muchos miles de años.
El desarrollo, que hasta ahora había sido muy parecido en varones y mujeres, se diferencia, pues, con claridad. El hecho de que se produzca el “estirón” de la adolescencia con unos dos años de adelanto en las mujeres respecto a los hombres, hace que, aunque la talla final de éstas sea menor, durante un tiempo las chicas son más grandes que sus compañeros de la misma edad. Algo parecido sucede desde el punto de vista de la fuerza muscular. Aunque ésta es mayor en los hombres, como el desarrollo rápido empieza antes en las mujeres, éstas les aventajan en la fuerza para empujar durante un tiempo, para luego invertirse la situación. En atletismo, por ejemplo, los récords masculinos son siempre superiores a los femeninos.

El desarrollo de los caracteres sexuales

Desde el punto de vista del desarrollo del sistema reproductivo, en los varones se produce una secuencia de acontecimientos que Tanner describe de la siguiente manera:

El primer signo de pubertad en el chicotes usualmente una aceleración del crecimiento de los testículos y el escroto, con enrojecimiento y arrugamiento de la piel. Hacia la misma época puede empezar un débil crecimiento del pelo púbico, aunque usualmente tiene lugar un poquito más tarde. El estirón en la estatura y el crecimiento del pene comienza por término medio aproximadamente un año después de la primera aceleración testicular. Concomitantemente con el crecimiento del pene, y bajo los mismos estímulos, las vesículas seminales y la próstata y las glándulas bulbo uretrales se ensanchan y desarrollan. El momento de la primera eyaculación de líquido seminal está, en alguna medida, determinado tanto cultural como biológicamente, pero generalmente tiene lugar durante la adolescencia y alrededor de un año después del comienzo del crecimiento acelerado del pene (Tanner, 1970. p. 917).

En las chicas, los primeros signos de la pubertad son el crecimiento de los pechos y la aparición del vello púbico, al mismo tiempo que se desarrolla el útero y la vagina. La monarquía, el primer período menstrual, aparece más tarde y tiene lugar, casi siempre, con posterioridad al vértice del estirón. Aunque supone el comienzo de la madurez uterina, todavía no se alcanza una función reproductiva completa, sino que hay un período de esterilidad que dura entre un año y  año y medio después de la monarquía. Tampoco señala que las chicas crecen alrededor de seis centímetros más después de la primera menstruación.
FIGURA 21.2. La pubertad en chicos y chicas. Representación de la secuencia de cambios que tienen lugar en la adolescencia. La figura de arriba se refiere a los cambios en las chicas. Las cifras indican la variabilidad que puede producirse entre distintos individuos (tomada de Tanner, 1978).
 
 





En la figura 21.2 se reproduce un diagrama de Marshall y Tanner (Tanner, 1978, fig. 22), que se recoge en casi todos los textos, en donde aparecen resumidos los cambios que tienen lugar durante la adolescencia en chicas y chicos referido a la población británica. En las gráficas hay contenida de forma condensada una gran cantidad de información. En la gráfica superior, referente a las chicas, se señala primero el estirón respecto a la talla que se produce, por término medio, hacia los 12 años. Pero hay variaciones individuales y debajo se indican las edades extremas, que pueden ir desde los nueve años y medio hasta los catorce años y medio, lo que quiere decir que en algunas niñas puede producirse mucho antes que en otras. En la línea siguiente están los datos referentes a la monarquía, que se produce hacia los 13 años, por término medio. En la tercera línea aparecen los datos relativos al crecimiento de los pechos y los números 2, 3, 4 y 5 hacen referencia a estándares convencionales sobre el tamaño de los pechos (pueden verse en Tanner, 1978, p- 1979. El nivel 5, por ejemplo, constituye el desarrollo completo de los pechos que se produce hacia los 15 años, pero puede variar entre los 12 y los 18. Lo mismo puede decirse respecto al vello púbico, que aparece también referido a unos estándares. En éstos la puntuación 1 corresponde al nivel prepubescente y la 5 al adulto.
La gráfica inferior contiene datos semejantes, pero correspondientes a los chicos, comparándoles se puede ver las diferencias referidas al estirón de la talla. En la segunda línea, los datos relativos a l pene indican que la aceleración del crecimiento comienza hacia los doce años y medio, y se completa hacia los catorce años y medio. Pero los números situados debajo de la barra negra nos indican que puede empezar ya a los diez años y medio, o retrasarse el comienzo hasta los catorce años y medio. Se pueden completar en los sujetos avanzados a los doce y medio o no tener lugar hasta los dieciséis y medio. Los datos de la tercera línea se refieren al desarrollo de los testículos, que empieza a los once años y medio, y se completa hacia los quince, aunque con diferencias individuales que se señalan debajo. El nivel genital o el del vello púbico están referidos, como en el caso de los pechos de las chicas, a unos estándares organizados en cinco categorías (que pueden verse en Tanner, 1978, pp. 198-199).

Diferencias individuales

Como se desprende de lo que acabamos de señalar, aunque el orden de sucesión del desarrollo de los distintos aspectos se produce en todos los individuos de la misma manera, o de forma muy semejante, sin embargo existen notables diferencias entre sujetos en cuanto a la edad de comienzo y terminación. La figura 21.3 refleja, en la parte de arriba, el momento en que se produce el estirón adolescente de cinco varones distintos de un estudio inglés. Cuando se superponen unas a otras (como se hace en la gráfica de abajo) se observa que tienen todas la misma forma, aunque los chicos que comienzan el estirón antes presentan un incremento de talla mayor. La línea de puntos representa la media de los datos individuales.
La figura 21.4 ilustra de forma gráfica estas diferencias de velocidad que a veces son muy llamativas. En la parte superior aparecen tres chicos, todos exactamente de catorce años y nueve meses, y en la parte inferior tres chicas de doce años y nueve meses, todos ellos completamente normales y sanos y que, sin embargo, presentan diferencias de desarrollo muy marcadas.
Estas diferencias individuales, aunque no tienen efectos con respecto al resultado final, y no predicen cuál va a ser la estatura final alcanzada, pueden tener, sin embargo, consecuencias psicológicas muy importantes que no deben desdeñarse. Recordemos que durante la etapa de la adolescencia los jóvenes sin especialmente susceptibles y se sienten como centro de las miradas de los demás en una manifestación de egocentrismo de carácter social. Intentar conformarse al grupo y adaptarse a los estándares de los coetáneos de una de las tendencias más acusadas en los adolescentes y, por ello, un crecimiento demasiado rápido, o sobre todo un crecimiento que tarde mucho en empezar, pueden verse como divergentes respecto a la media y producir gran preocupación en el sujeto. Un desarrollo retrasado en un chico puede suponer también menos fuerza y menos rapidez en relación a sus compañeros, y peor participación en actividades deportivas, así como sentirse niño todavía mientras los compañeros se sienten adultos. Esto tiene influencias, a su vez, sobre las relaciones con el otro sexo, que comienzan tímidamente en esta época. Todo esto puede afectar psicológicamente a la chica o al chico, pero esos efectos pueden atajarse o combatirse mediante una información adecuada que pueden proporcionar los adultos, padres, profesores o médicos, explicando que la velocidad de desarrollo y el momento en que se produce es propia de la velocidad de desarrollo y el momento en que se produce es propia de cada individuo y no tiene más que consecuencias pasajeras.
Las diferencias de tamaño y forma del cuerpo están determinadas por factores genéticos y ambientales, aunque la forma está más controlada por factores hereditarios que el tamaño, el cual depende mucho de la alimentación, el ejercicio y otros factores externos. Los gemelos monocigóticos, es decir, los que provienen de la división de un mismo cigoto, tienen exactamente la misma dotación genética, y generalmente son muy parecidos. Sin embargo, cuando se han criado en distintos medios y circunstancias diferentes pueden llegar a tener un aspecto físico muy distinto, como se muestra en la figura 21.3, que representa a un par de gemelos homocigóticos criados desde el nacimiento en ambientes diversos.

El dimorfismo sexual

Junto a los cambios que hemos venido señalando hay otros muchos, algunos de los cuales presentan características diferentes en varones y mujeres. Por ejemplo, la aparición del pelo en la cara de los varones, que sigue un orden definido empezando por los ángulos del labio superior y terminando por la parte inferior de la barbilla.
Se producen también cambios en las glándulas de la piel que, sobre todo en las axilas y las regiones anales y genitales, dan lugar a un olor característico, más marcado en los varones que en las mujeres. Por efecto de la actividad androgénica, se producen cambios en la piel, con un aumento de los poros que puede provocar acné y que, por el origen andrógeno, es más frecuente en los varones que en las chicas. Esos molestos granos, que generalmente desaparecen solos, puede constituir un motivo de preocupación para sus portadores en este período en que, como venimos señalando, el aspecto físico constituye uno de los elementos importantes de la identificación.
Otro cambio notable que se produce en la adolescencia es el que tiene lugar en la voz, más marcado en los varones que en las mujeres, y que se produce relativamente tarde. Se debe al aumento de la laringe y al alargamiento de las cuerdas vocales y da lugar a modificaciones en el tono y también en el timbre.
En algunas especies de primates, las diferencias entre el macho y la hembra son escasas, mientras que en otras son muy notables. El hombre ocupa una posición intermedia, y esas diferencias están presentes desde el momento del nacimiento, pero se incrementan durante la pubertad. Las diferencias más notables son la mayor talla del varón, mayor amplitud de hombros y más masa muscular, así como pelo en la cara y más pelo en el cuerpo, mientras que las mujeres presentan pechos más abultados y caderas más anchas, con más curvas.
Según Tanner, varios de estos caracteres diferenciales pueden haber perdido su función originaria y haberse convertido simplemente en signos-estímulo para otros miembros de la especie que desencadenan determinadas conductas, por ejemplo, en el terreno de la reproducción. Entre ellos se podría contar el pelo púbico o el pelo de las axilas que está relacionado histológicamente con las glándulas odoríferas de otros mamíferos. En todo caso, muchos de los caracteres sexuales, como la forma de las caderas, los pechos o los rasgos de la cara, así como en general la forma del cuerpo, son elementos desencadenantes de las conductas de emparejamiento, aunque sea de una forma muy mediada y mucho menos directa que en los restantes mamíferos. Pero todo eso tiene unas influencias psicológicas innegables, ya que determinan en una medida importante las relaciones del individuo con los otros, del sexo contrario y del mismo sexo.

La aceleración del desarrollo

Aunque parece que los cambios que se producen en la pubertad suceden de la misma manera que hace miles de años, sin embargo se están produciendo importantes modificaciones en la cuantía del desarrollo físico y la velocidad a la que se produce, lo que se denomina tendencia secular.
No disponemos de datos fiables de épocas alejadas, pero sí de períodos más recientes, y se observa una tendencia a un aumento en la estatura, que además se va acelerando. Según los datos recogidos por Tanner, en la Europa occidental los hombres apenas aumentaron su estatura entre 1760 y 1830, mientras que entre 1830 y 1880 hubo un aumento medio de 3 milímetros por cada década y desde 1880 a 1960 un aumento de 6 milímetros por década.
Pero además de esto hay un aumento en la velocidad de crecimiento. En épocas pasadas, la estatura adulta no se alcanzaba hasta los 18 ó 19. Los niños crecen bastante más deprisa que antes y esta tendencia ha comenzado hace tiempo, pues en 1876 un médico inglés señalaba que los chicos de nueve años pesaban en ese momento lo mismo que los de diez años en 1833.


FIGURA 21.6. Datos históricos sobre la aparición de la menstruación o monarquía desde 1860 a 1970. Como puede observarse la edad se ha ido rebajando constantemente. En el recuadro se detallan los cambios en épocas más próximas (tomada de Tanner, 1978)
 
 





Quizá un índice todavía llamativo de esta aceleración es relativo a la aparición de la primera menstruación en las chicas, que se denomina monarquía. En la figura 21.6 se reproducen datos según los cuales en algunos países como Finlandia se ha rebajado la edad de la monarquía desde cerca de los diecisiete años a poco más de los trece, en un período de algo más de un siglo. De muchos países no hay datos tan antiguos, pero en los más recientes se manifiesta la misma tendencia. Antes un factor muy importante en la edad de aparición de la menstruación era el nivel económico, que en los países occidentales ha dejado de tener efectos, y el factor más determinante ha pasado a ser el número de hijos en la familia. En Inglaterra, la edad media de la monarquía para hijas únicas es de trece años, para chicas con un hermano, trece años y dos meses con dos hermanos, trece años y cuatro meses; con tres hermanos y más, trece años y siete meses.
Posiblemente los factores que más influyen sobre esta aceleración son múltiples, pero entre ellos la nutrición parece tener una considerable importancia, junto con la disminución de las enfermedades, mientras que el clima, que a veces se ha mencionado como factor importante, parece tener menos relevancia. En la actualidad la edad media de la monarquía en las poblaciones occidentales bien alimentadas se sitúa entre los doces años y ocho meses y trece años y dos meses, mientras que en la meseta de Nueva Guinea es de dieciocho años y en África Central de diecisiete años, aunque las africanas bien alimentadas tienen una edad media de catorce años y cuatro meses o menos, comparable con la de las europeas. Vivir en una zona rural o urbana constituye también un factor importante, como se muestra en la figura 21.7, ligado posiblemente a las diferencias en las condiciones de vida. Así, mientras que en Finlandia las diferencias entre el medio urbano y rural son pequeñas, entre las bantúes de África del Sur son mucho más amplias.
Figura 21.7. Edad de aparición de la menstruación en diferentes medios. La parte sombreada indica las diferencias medias entre los distintos ambientes (tomada de Tanner, 1978).
 
 




El concepto de adolescencia

Como señalábamos más arriba, los cambios físicos que se producen en la pubertad son muy importantes, porque hacen posible la participación de las muchachas y muchachos en las actividades adultas, y porque al ser tan rápidos e inesperados para los que los experimentan les obligan a ajustes considerables que el medio social puede hacer más fáciles o difíciles. Por ello, para entender la adolescencia hay que tener muy presentes todos esos cambios físicos. Pero, al mismo tiempo, no debe identificarse, sin más, la adolescencia con la pubertad, porque mientras que ésta es semejante en todas las culturas, la adolescencia es un período de la vida más o menos largo que presenta variaciones en los diferentes medios sociales. La adolescencia es un fenómeno psicológico que se ve determinado por la pubertad, pero no se reduce a ella.
Resulta curioso observar que la adolescencia constituye un capítulo de la psicología evolutiva relativamente reciente, y las primeras obras sobre el desarrollo infantil no se ocupaban de ella. Así, el libro de Pérez (1878, 1886), que podemos considerar como la primera obra extensa dedicada al desarrollo, termina a los siete años, y el libro de Prever 1882, mucho antes. Solo fue a finales del siglo XIX cuando se empezó a estudiar la adolescencia de forma sistemática. En 1898 un criminalista italiano, Antonio Marro, publicó un libro sobre la pubertad que tuvo una cierta influencia, sobre todo a través de su traducción francesa. Pero el psicólogo norteamericano Stanley may el que propició estudios psicológicos sobre la adolescencia, que se plasmaron en un artículo programático de Burnham (1891) y en otros varios como el de Lancaster (1897), todos ellos publicados en el Pedagogical Seminary que Hall dirigía. Finalmente en 1904 Hall publicó una obra monumental sobre la adolescencia, de cerca de 1400 páginas, que abrió definitivamente el camino al estudio de la adolescencia y a que se convirtiera en un capítulo necesario de la psicología del desarrollo. Hall se basaba en todo tipo de fuentes y utilizaba ampliamente los cuestionarios (véase el capítulo 2) que había popularizado también para el estudio de los niños. Hacia los años veinte de este siglo se inicia en Alemania una corriente de interés por la adolescencia, impulsada por Charlotte Bühler (1922), que utiliza como material diarios de adolescentes, un tipo de producción literaria muy frecuente en esa edad.
Para Stanley Hall la adolescencia es una edad especialmente dramática y tormentosa en la que se producen innumerables tensiones, con inestabilidad, entusiasmo y pasión, en la que el/la joven se encuentra dividido entre tendencias opuestas. Además, la adolescencia supone un corte profundo con la infancia, es como u nuevo nacimiento (tomando esta idea de Rousseau) en la que el joven adquiere los caracteres humanos más elevados. Además Hall defiende en este período, como en otros, la idea de recapitulación (véase el capítulo 13).
Pero la importancia y la realidad de la adolescencia ha sido puesta en duda por otros investigadores. En 1928 la antropóloga Margaret Mead publicó un estudio sobre la adolescencia en Samoa, centrado sobre la entrada de las muchachas en la sociedad. En él trataba de mostrar que la adolescencia no tienen por qué ser un período tormentoso y de tensiones, sino que eso se debe a que los jóvenes se tienen que enfrentar con un medio social que se le presenta lleno de limitaciones y los adultos no les proporcionan los instrumentos adecuados para ello. Eso pondría en duda la generalidad de las ideas de Hall, y señalaría que los conflictos adolescentes son un producto social y no una característica habitual del desarrollo humano. Sin embargo, otros autores que han revisado sus estudios, en los que defiende el relativismo cultural, los han criticado con dureza (Freeman, 1983).
Algunos autores han señalado que los cambios en las condiciones de vida que han tenido lugar en las sociedades occidentales son los responsables de las dificultades con las que se enfrentan los adolescentes. Moreno (1990) resume esos cambios con referencia a la situación legal de los jóvenes, a su papel dentro de la familia y a la educación, todos los cuales están muy estrechamente relacionados entre sí. El aspecto más llamativo es la prolongación de la duración del período de dependencia de los adultos. La introducción de la escolaridad obligatoria en el siglo XIX y la prohibición del trabajo infantil (Delval, 1990), así como leyes que limitan el poder de los padres sobre los hijos, prolongan la permanencia del joven en la familia, lo que retrasa el momento de incorporación a la sociedad adulta y la hace más difícil.
Pero algunos autores han insistido sobre el carácter universal de la adolescencia. Norman Kiell (1964), en un libro que lleva por título La experiencia universal de la adolescencia, ha recogido infinidad de testimonios literarios sobre la adolescencia, basados en recuerdos autobiográficos, diarios y cartas, producidos en épocas muy diversas, tratando de mostrar que los fenómenos que consideramos típicos de la adolescencia han estado presentes siempre y no son de hoy. Acepta las ideas de Ausubel (1954), quien escribía:

La adolescencia es un estadio diferenciado en el desarrollo de la personalidad, dependiente de cambios significativos en el estatus biosocial del niño. Como un resultado de estos cambios, que suponen una discontinuidad con las condiciones de crecimiento biosocial anteriores, se requieren extensas reorganizaciones de la estructura de la personalidad. Nuestra tesis es que estos procesos de reorganización muestran ciertas uniformidades básicas de una cultura a otra –a pesar de muchas diferencias específicas en el contenido y en el grado de tensión- debidos a varios elementos comunes dependientes de la psicología general de transición y de las implicaciones psicológicas de la madurez sexual, del papel del sexo biológico y de los nuevos rasgos de personalidad asociados con los papeles adultos y el estatus en la comunidad.

Desde la Antigüedad la juventud se ha tomado como una etapa de la vida, y a lo largo de toda la historia se han producido muchos escritos en los que se habla de las dificultades de los adolescentes. Uno de los textos más notables se debe a Aristóteles, el gran pensador griego que formuló por vez primera ideas que continúan debatiéndose desde entonces. En varios lugares de su obra, como en la Política o en la Ética a Nicómano, se ocupa Aristóteles de la educación de la juventud. Pero en el capítulo 12 del libro 2° de su Retórica, escrito 330 años antes de nuestra era, mientras se va ocupando de los caracteres de las distintas edades del hombre, Aristóteles hace una descripción de las características de los jóvenes, que reproducimos en cuadro 21.8/, que resulta completamente actual y que viene a coincidir con muchas de las ideas que se siguen manteniendo acerca de la adolescencia. Si no fuera por las expresiones que utiliza, lo que dice podría pasar por escrito actual. Quizá se trata sólo de los lugares comunes o de los tópicos acerca de esta edad, pero la exposición que hace demuestra una gran penetración psicológica. En todo caso muestra que las cosas no han cambiado tanto en los 2300 años. Aristóteles contrapone el carácter de los jóvenes con el de los ancianos y luego describe el del hombre maduro, al que sitúa entre los dos.
Los jóvenes son por carácter concupiscentes y decididos a hacer cuanto pueden apetecer. Y en cuanto a los apetitos corporales son, sobre todo, seguidores de los placeres del amor e inminentes en ellos. También son fácilmente variables y enseguida se cansan de los placeres, y los apetecen con violencia, pero también se calman rápidamente; sus caprichos son violentos, pero no grandes, como, por ejemplo, el hambre y la sed en los que están enfermos. También son los jóvenes apasionados y de genio vivo y capaces de dejarse llevar por sus impulsos. Y son dominados por la ira, ya que por punto de honra no aguantan ser despreciados, antes se enojan si se creen objeto de injusticia. Y aman el prestigio, pero más aún el vencer, porque la juventud tiene apetito de excelencia, y la victoria es una superación de algo. Y son más estas cosas que no codiciosos, y son menos avariciosos porque aún no han experimentado la indigencia (…).
Y no son mal intencionados, sino ingenuos, porque todavía no han sido testigos de muchas maldades. Y son crédulos, porque todavía no han sido engañados en muchas cosas. Y están llenos de esperanza, porque, de manera semejante a los alcohólicos, los jóvenes están calientes por la naturaleza y al mismo tiempo porque aún ni han sufrido desengaños en muchas cosas. Y así viven la mayoría de las cosas con la esperanza; porque la esperanza mira a lo futuro, mientras que el recuerdo mira al pasado, y para los jóvenes lo futuro es mucho y lo pretérito, breve; ya que el primer día de nada puede acordarse y, en cambio, pueden esperarlo todo. Y son fáciles de engañar, por lo dicho, porque esperan fácilmente. Y son bastante animosos, porque están llenos de decisión y de esperanza, de lo cual lo uno les hace no temer y lo otro les hace audaces, porque ninguno teme cuando está enojado y el esperar algún bien es algo que inspira resolución. También son vergonzosos, porque aún no sospechan la existencia de otros bienes, antes, han sido educados solamente por la ley de lo convencional. Y son magnánimos, porque aún no han sido humillados por la vida, antes son inexpertos en las cosas necesarias, y la magnanimidad consiste en estimarse, y eso es propio del que tiene esperanza.
Y prefieren realizar las cosas que son hermosas que las que son convenientes, porque viven más según su manera de ser que según la razón, y la razón calculadora se nutre de lo conveniente; la virtud, en cambio, de lo bello. Y son más amantes de los amigos y compañeros que los de otras edades, porque gozan con la convivencia y porque todavía no juzgan nada de cara a la utilidad y el lucro, y así tampoco a los amigos.
Y en todas estas cosas pecan por exceso y por la violencia contra el dicho de Quilón, ya que todo lo hacen en exceso: aman demasiado y odian demasiado, y todo lo demás de semejante manera. Y cometen las injusticias por insolencia, pero no por maldad.
Y son compasivos, por suponer a todos virtuosos y mejores, ya que miden a los que están cerca de ellos según su propia falta de maldad, de manera que suponen que éstos padecen cosas inmerecidas. También son amantes de la risa, y por eso también son propensos a la burla, porque la mofa es una insolencia educada.
Así pues, tal es el carácter de los jóvenes.
 CUADRO 21.8 Las características de los jóvenes según Aristóteles
De Aristóteles, Retórica, libro II, capítulo 12.
Hemos venido señalando en repetidas ocasiones que en los aspectos más generales de nuestra conducta hay siempre determinaciones últimas de carácter biológico, que interaccionan con las influencias ambientales. No podemos olvidar que somos una especie animal más, sometida a las mismas regulaciones que las otras especies animales y con características parecidas a las de nuestros parientes más próximos, los otros primates, de cuyo estudio podemos sacar un gran partido para comprendernos a nosotros mismos. Nuestras características animales determinan, pues, muchos aspectos de nuestra conducta, pero ésta es mucho más compleja que la de los animales, y la cultura ha añadido a las necesidades y determinaciones básicas múltiples variaciones que, sobre todo en apariencia, muy diferente. Lo que venimos sosteniendo es que tenemos que satisfacer nuestras necesidades biológicas más primarias de mantenernos con vida y de reproducirnos, pero que esas necesidades elementales en el hombre se han complicado de manera extraordinaria y nuestra conducta responde a ellas de formas complejas y aparentemente desviadas de su fin inicial. Pero aunque no podemos reducir nuestra conducta a lo biológico, tampoco conviene que lo olvidemos y pensemos que lo que determina nuestra conducta son motivos completamente diferentes de los de los animales.

La adolescencia en los chimpancés

El estudio de la adolescencia es, pues, un excelente banco de prueba para comprobar las interacciones entre los biológico y lo social, pues ambas cosas aparecen extraordinariamente e inextricablemente ligadas y se influencian de múltiples maneras. Para entender la universalidad y el carácter de la adolescencia y su naturaleza biológica o culturalmente determinada, puede ser interesante tener algunos datos sobre cómo se produce y se desarrolla esta etapa de la vida en especies animales próximas a la nuestra. Parece que no contamos con demasiados datos sobre este tema porque, para que sea de interés, es necesario que hayan sido obtenidas en las condiciones naturales de vida de los animales. Jane Goodall, una de las más activas investigadoras sobre la vida de los chimpancés, describe con estas palabras la adolescencia de estos animales:

Como para los seres humanos, la adolescencia es, para muchos chimpancés, una etapa difícil y de frustraciones y posiblemente lo sea más en ambas especies para los machos que para las hebras. El chimpancé macho llega a la pubertad entre los siete y ocho años de edad, pero aún está muy lejos de haber alcanzado su plenitud; pesa sólo 20 kilos, es decir, unos 30 menos de lo que pesará una vez totalmente desarrollado. Ya puede dominar e incluso atacar a las hembras, pero ha de mostrarse muy cauto en sus relaciones con los machos adultos para evitar agresiones que podrían resultarle muy perjudiciales (Goodall, 1971, p. 149).

Resulta curioso ver las descripciones que hace esta investigadora de la vida de los chimpancés en la reserva Gombe cuando explica el apoyo que el chimpancé adolescente recibe de su madre y las relaciones que se establecen entre ambas. A partir de la adolescencia, el macho joven tiene que tener cuidado con los adultos, que ya no le van a ver con ojos favorables con que ven a las crías más jóvenes, sino que empiezan a considerarlo como un posible competidor. Por eso, el adolescente tiene que evitar el enfrentamiento directo con ellos y realizar actos que muestren su sumisión si el conflicto se plantea. En esos casos, el joven lo único que puede hacer son alardes de fuerza que suelen aplacar su frustración, es decir, bravatas realizadas ante el adulto que en muchos casos las mira con indiferencia, pero que en algunos casos reacciona irritado. A pesar de todo, los adolescentes buscan la compañía de los adultos y tratan de hacerse amigos de ellos. De esa manera aprenden las conductas que les serán útiles posteriormente, y esto es más necesario en el caso del macho que de la hembra, ya que en los chimpancés no existen los padres, pero sí que está bien definida la madre y, por tanto, la hembra adolescente puede aprender conductas con su propia madre, mientras que el macho tiene que hacerlo de otros machos con los que explícitamente no existe ningún parentesco. Hacia los 13 ó 15 años los jóvenes comienzan a participar “con plenitud de derechos en la jerarquía de los machos” e incluso empiezan a realizar acciones que pueden modificar el orden jerárquico en el grupo. A partir de ese momento, como señala Goodall, el “período de aprendizaje había terminado; de ahora en adelante su ascenso dentro de la jerarquía del grupo dependería de su inteligencia y su tesón individual y no de la lentitud de su desarrollo físico”.
La hembra chimpancé empieza a entrar en el período de adolescencia hacia los siete años de edad, aunque todavía tardará dos años más en menstruar y en atraer a los machos adultos, y es a partir de la edad de nueve años cuando empieza a tener relaciones sexuales, aunque curiosamente en la población examinada por Goodall hasta dos años después, por lo menos, de la aparición de los signos que atraen a los machos no observó que dieran a luz ningún hijo, lo cual resulta beneficioso, ya que a los nueve años las hembras no han alcanzado la plenitud “ni desde el punto de vista físico ni social, y se verían incapaces de hacerse cargo, por tanto, de la responsabilidad que significa un nuevo ser”.
Aunque los datos de que dispongamos no sean excesivamente detallados, a partir de estas pocas observaciones podemos darnos cuenta de la existencia de algunas similitudes con la situación humana. El chimpancé adolescente tiene que luchar para conseguir un lugar en la sociedad de los adultos y éstos se van a resistir a ello y va a tener que competir con sus propias armas. Va a encontrarse con una fuerte resistencia, que no existía en absoluto cuando era una cría más joven, y que ahora le va a obligar a aprender de ellos, a buscar su cercanía, a ser cauteloso, pero al mismo tiempo a enfrentamientos que lo llevarán a ocupar un lugar entre los adultos.

Las teorías de la adolescencia

A través de lo que venimos señalando puede vislumbrarse que las concepciones sobre la adolescencia son muy variadas, y diferentes autores han subrayado más unos caracteres u otros (véase una exposición de las distintas teorías en Mús., 1975), pero aunque quepan muchos matices, pueden reducirse esencialmente a tres la posición psicoanalítica, la teoría sociológica y la teoría de Piaget (véase el cuadro 21.9).
La teoría psicoanalítica ha sido elaborada por Anna Freud (1936) y completada por otros autores como Erikson y Blos. Parte del brote pulsional que se produce como resultado de la pubertad y altera el equilibrio psíquico logrado en la infancia, lo que puede provocar desajustes. Por una parte se produce un despertar de la sexualidad que provoca la búsqueda de objetos amorosos fuera del medio familiar, lo que lleva a un replanteamiento de los lazos con los padres, y a un cambio en las relaciones. Pero además el desajuste hace la personalidad más vulnerable y produce defensas psicológicas que en cierto modo obstaculizan la adaptación.
Para Blos (1962 y 1979) la adolescencia constituye un segundo proceso de individuación, que completa el que tuvo lugar durante los tres primeros años de vida (esta idea puede recordar las concepciones de Rousseau y Hall, que citábamos antes). En el primer proceso, el bebé aprende a andar y adquiere independencia física y confianza en sí mismo. En el adolescente hay también una búsqueda de independencia, que en este caso es más afectiva, y supone romper los lazos afectivos de dependencia. El bebé, para separarse de la madre, la interioriza, mientras que adolescente tiene que prescindir de esa construcción interiorizada para buscar nuevos objetos amorosos.
CUADRO 21.9. Teorías sobre la adolescencia


PSICOANALÍTICA

La adolescencia es el resultado del desarrollo de las pulsiones que se producen en la pubertad y que modifican el equilibrio psíquico, lo que produce una vulnerabilidad de la personalidad. Junto a ello hay un despertar de la sexualidad que lleva a buscar objetos amorosos fuera de la familia, modificando los lazos con los padres.
Hay probabilidad de que se produzca un comportamiento mal adaptado, con fluctuaciones en el estado de ánimo, inestabilidad en las relaciones, depresión o inconformismo.
Se produce un proceso de desvinculación con la familia y de oposición a las normas, que permite la formación de nuevas relaciones en el exterior del medio anterior.
Importancia de la formación de la identidad.
La adolescencia se atribuye primordialmente a causes internas.


SOCIOLÓGICA

La adolescencia es el resultado de tensiones y presiones que vienen de la sociedad. El sujeto tiene que incorporar los valores y las creencias de la sociedad, es decir, terminar de socializarse, al mismo tiempo que adoptar determinados papeles sociales. Esos papeles le son asignados al niño, mientras que al adolescente tiene mayores posibilidades de elección. Al mismo tiempo los adultos tienen mayores exigencias y expectativas respecto a los adolescentes, y esas exigencias pueden hacerse insoportables. El cambio de papeles puede producir conflictos y generar tensión.
La adolescencia se atribuye primordialmente a causas sociales exteriores.


PIAGET

En la adolescencia se producen importantes cambios en el pensamiento que van unidos a modificaciones en la posición social. El carácter fundamental de la adolescencia es la inserción en la sociedad de los adultos y por ello las características de la adolescencia están muy en relación en esa sociedad en la que se produce. El individuo se inserta en esa sociedad, pero tiende a modificarla. Para ello elabora planes de vida, lo que consigue gracias a que puede razonar no sólo sobre lo real, sino también sobre lo posible. Las transformaciones afectivas y sociales van unidas indisolublemente a cambios en el pensamiento.
La adolescencia se produce por una interacción entre factores sociales e individuales.


Esa ruptura de vínculos produce regresiones en el comportamiento, por ejemplo, la vinculación con personajes famosos, como artistas o deportistas, que sería semejante a la vinculación con el progenitor idealizado de la infancia. Otro ejemplo lo constituiría el estado de fusión, ya sea con otra persona o con ideas abstractas, como la belleza o ideales religiosos, políticos o filosóficos, que se da en los adolescentes y que representa también una seudoindependencia. Una tercera manifestación de regresión es la ambivalencia, que se manifiesta en la inestabilidad emocional en las relaciones, en las contradicciones en deseos o pensamientos, en fluctuaciones en el estado de humor y comportamiento.
La ambivalencia se vincula con la rebelión y el inconformismo, que facilita la ruptura con el medio familiar, y que se considera muy característica de la adolescencia. Ruptura con las formas de vida familiares, con la forma de vestir y la moda de los adultos, con los usos que adquirió como normales durante la infancia.
Otro aspecto de la adolescencia, que ha sido puesto de manifiesto sobre todo por Erikson (1968), es la construcción de una identidad y la crisis de identidad asociada con ella, de la que nos ocuparemos en el capítulo 23.
Como puede verse, la teoría psicoanalítica pone el acento en factores internos que desencadenan el fenómeno adolescente y se manifiesta en los conflictos de integración social. En cambio, las teorías sociológicas ponen más énfasis en los factores medioambientales, y la adolescencia se concibe como resultado de tensiones y presiones que vienen de la sociedad. El sujeto tiene que incorporar los valores y las creencias de la sociedad, es decir, terminar de socializarse, al mismo tiempo que adoptar determinados papeles sociales. Esos papeles le son asignados al niño, mientras que el adolescente tiene mayores posibilidades de elección. Al mismo tiempo los adultos tienen mayores exigencias y expectativas respecto a los adolescentes, y esas exigencias pueden llegar a sentirse como insoportables. El cambio de papeles puede producir conflictos y generar tensión.
Coleman (1980) señala que no hay grandes desacuerdos entre la concepción psicoanalítica y la sociológica, sino que ambas se completamente bastante bien y difieren principalmente en las causas que originan los cambios. Por su parte, la teoría de Piaget se sitúa en un punto intermedio entre ambas teorías, pero subraya un aspecto descuidado por ellas, que son los cambios que se producen en la manera de pensar de los adolescentes.
Según Piaget, en la adolescencia se producen importantes cambios en el pensamiento que van unidos a modificaciones en la posición social. El carácter fundamental de la adolescencia es la inserción en la sociedad de los adultos y por ello las características de la adolescencia están muy en relación con la sociedad en la que se producen. El individuo se inserta en esa sociedad, pero tiende a modificarla. Para ello elabora planes de vida, lo que consigue gracias a que puede razonar no sólo sobre lo real, sino también sobre lo posible. Las transformaciones afectivas y sociales van unidas indisolublemente a cambios en el pensamiento. La adolescencia se produce por una interacción entre factores sociales e individuales.
Teniendo todo esto en cuenta nos vamos a ocupar en el próximo capítulo de los cambios en el pensamiento, para tratar en el capítulo 23 de los aspectos sociales de la adolescencia.



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