sábado, 30 de abril de 2011

Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción

 

Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Psicología
PSICOTERAPIA II

Ficha de Cátedra

 

Subjetividad contemporánea: entre el consumo y la adicción

Ignacio Lewkowicz


I. Introducción:  Este artículo es una continuación y un comienzo. Es  continuación porque se basa en un  trabajo anterior. [1] Es comienzo porque intenta pensar a partir de los efectos  prácticos que ocasionó dicho trabajo. En la línea de investigación propuesta por  H/a [2] lo importante de un libro, de un articulo, de cualquier publicación, es menos la opinión que  suscita como el efecto que produce. En este sentido, la crítica ha sido feliz, es decir, el trabajo referido ha sido utilizado por profesionales e instituciones relacionadas con el problema de la adicción  (llamémosle por ahora así) de diversas formas y con distintos resultados.
A partir de esta implicación surgieron experiencias,  comentarios, críticas, etc. En síntesis, han surgido otro tipo de problemas: ¿Qué es  subjetividad?, ¿Cómo puede pensarse la subjetividad actual? ¿Qué relación existe entre la subjetividad adictiva y la consumidora? Pensar estas cuestiones es el objetivo de este trabajo.
II. Las adicciones en perspectiva histórica:   Partimos de las siguientes tesis[3]
1) Ningún discurso se siente cómodo en el terreno de las adicciones.  La adicción aparece como una evidencia ideológica sin concepto riguroso que pueda cubrir la multiplicidad diseminada de sus usos. Las adicciones pertenecen "por derecho propio" al inespecífico campo de los “problemas sociales”. Un primer dato entonces, nada menor, es que el problema adictivo  desborda irremediablemente las capacidades de comprensión  y de acción de las diversas disciplinas destinadas a sus cuidados.
2) No estamos ante el mero incremento cuantitativo de unas prácticas que llamamos adictivas sino ante la instauración cualitativa de un tipo radicalmente nuevo de subjetividad socialmente instituida. Pues es difícil imaginar situaciones sociales en las que no hubiera individuos que excesivamente se aferran a algunos de los productos ofrecidos por su cultura. Pero lo cierto es que solo nuestra modernidad tardía realiza esta posibilidad de lectura.
3) Que el adicto sea una figura instituida significa que es efecto de unas practicas de producción de subjetividad. Esta figura es reconocible, esta tipificada, es objeto de prácticas, saberes y cuidados; en definitiva, brinda una identidad capaz de soportar el enunciado de virtud ontológica: soy adicto.[4]
4) El mundo de la adicción solo es posible en determinadas condiciones socioculturales. El adicto es posible en situaciones en que el soporte subjetivo del estado ha dejado de ser el ciudadano y ha recaído en el consumidor, en la que el envés subjetivo de la figura instituida del consumidor se ha desplazado del inconsciente, propio del sujeto de la conciencia,  a formas aun no teorizadas pero que insisten bajo el modo de patologías del consumo y de la imagen; en que la instancia de derivación y reconocimiento ha dejado de ser el discurso médico y sus derivaciones "psi" para recaer en el discurso massmediatico; en el que el modo genérico de tratamiento y cuidado es el de la autoayuda y el grupo homogéneo de los identificados por el rasgo adictivo.
5) El consumo de objetos variables produce una serie determinada de imágenes reconocibles. El consumo adictivo de fijación a un objeto (una sustancia, una práctica, un tipo sexual, una actividad informática, etc) engendra a su vez una imagen específica: la imagen del adicto como tipo reconocible, predicable,  como imagen donadora de una identidad, la identidad adictiva. El adicto dispone de un discurso que lo representa y lo aliena de modo reconocible para el conjunto. Las drogas de por sí, no causan adicción, las diversas situaciones en las que circulan sin patología adictiva así lo demuestran. Pero en las condiciones actuales de subjetividad de consumo, las drogas constituyen el objeto privilegiado de la amenaza adictiva.
III. Problemas y herramientas. 
a) Hipótesis. Nuestra hipótesis es que la subjetividad contemporánea puede pensarse a partir del consumo, o más bien, que la subjetividad socialmente instituida es la subjetividad consumidora. ¿Qué significa subjetividad?  ¿Qué significa que esta subjetividad sea consumidora?
Este no es un trabajo interdisciplinario ni tampoco pretende completar un saber supuestamente incompleto.[5] Nuestro aporte se limita a pensar históricamente algunas transformaciones y operaciones contemporáneas. Lo que sigue tratará de especificar la línea de trabajo en que estamos.
b) Subjetividad instituida. En la  perspectiva de la historia de la subjetividad el tipo de subjetividad propio de cada situación se define por las prácticas y los discursos que organizan la consistencia de esa situación.
La naturaleza humana no está determinada de por sí: lo que hace ser hombres a los hombres no es un dato dictado por la pertenencia genérica a la especie. Los hombres no disponen de una naturaleza extrasituacional, es decir, no son un dato de la naturaleza dictado por la pertenencia genérica a la especie. Los hombres son el producto de las condiciones sociales en que se desenvuelven. Esa naturaleza humana, resultante de las condiciones sociales, es intraducible de una situación a otra. De ahí se deriva que la esencia humana sea situacional.
Esta subjetividad no es el contenido variable de una estructura humana invariante sino que interviene en la constitución de la estructura misma. Esta subjetividad resulta de marcas prácticas sobre la indeterminación de base de la cría sapiens. Esa indeterminación del recién nacido recibe una serie de marcas que la ordenan. Estas marcas -de diverso tipo según las diversas organizaciones sociales- producen una limitación de la actividad indeterminada de base que estructura el punto caótico de partida. Estas marcas socialmente instauradas mediante prácticas hieren a la cría, que recibe una serie de compensaciones a cambio de la totalidad ilimitada e informe que era hasta entonces. Los enunciados de los discursos que con su capacidad de donación de sentido compensan esas heridas constituyen la estructura básica de esa subjetividad instituida. Así las prácticas de los discursos instauran las marcas estructurantes; los enunciados de los discursos instauran los significados básicos de esas marcas. La marca deviene significativa. La herida tiene sentido: la subjetividad queda determinada por esas marcas y ese sentido. A esto  lo llamamos  subjetividad instituida. En principio,  se quiere remarcar que cualquier subjetividad, lejos de ser intemporal, es un tipo posible que resulta de las prácticas y discursos propios de una situación.
c) Individuo  y sociedad. La historia de la subjetividad busca abolir en su funcionamiento la distinción entre las dimensiones individual y social. La historia de las ciencias del hombre, es en gran medida, la historia de la distinción entre las ciencias  que estudian a los hombres en su conjunto y las  que estudian a los hombres por separado. Es a la vez, el  intento de articulación entre ambas instancias. Desde hace algún tiempo se puede  marcar como problema una división histórica fuerte entre las ciencias sociales y las disciplinas psíquicas; entre la antropología, la historia, la sociología, por un lado,  y la psicología, el psicoanálisis o la psiquiatría, por el otro.
El eje problemático de la relación entre lo individual y  lo social  es la imposibilidad de artículación lógica entre estas instancias. La experiencia moderna indica que no basta con reunir a estas disciplinas para que se produzca la articulación. En rigor,   se podrían reunir si en el  surgimiento hubiera habido una división coherente, o una división de tareas. Pero las ciencias no van surgiendo conforme a un plan que va dividiendo al mundo en distintas regiones sino que cada disciplina funda su objeto autónomo, bajo condiciones y requerimientos propios.
La interdisciplina surge como respuesta ideológica a la modestia de las disciplinas, es decir, a la interiorización de la asunción teórica de la imposibilidad de articulación. Los resultados a la vista tampoco son demasiado alentadores.
La abolición de la distinción entre ciencias de lo individual y de lo social es el resultado de la institución de otra dimensión: la dimensión inespecífica de las prácticas. Son las prácticas las que producen lógicas sociales, pero también son las prácticas las que fundan la constitución individual. Es decir que  hay una misma causa capaz de producir consecuencias de  diversa naturaleza. En este sentido, las prácticas no pertenecen ni al campo de lo social ni al campo de lo individual, se trata de fuerzas ajenas a esa diferenciación. Siendo  así, las prácticas no dejan de producir efectos en cada una de las dimensiones.
IV. Prácticas. [6] La noción de práctica es fundamentalmente inespecífica. En la perspectiva de la historia de la subjetividad, el producto es un efecto de las prácticas, pero de ningún modo su sentido. Atenta a los mecanismos de producción de sentido, la historia de la subjetividad trabaja desde la noción de práctica, es decir, desde el desenvolvimiento de esas fuerzas discontinuas que se cruzan, se yuxtaponen, se ignoran  y se excluyen. En este movimiento magmático se instituye un sentido, sentido que no deja de producir marcas ni en la lógica social ni en el tipo individual capaz de habitarla. 
Pero la noción de práctica no sólo autonomiza el hacer de lo hecho, también autonomiza el hacer de sus concepciones, y esta quizá sea la principal intervención de Michel Foucault en el campo de las Ciencias Sociales. La intervención consiste en la postulación del privilegio de las prácticas respecto de las representaciones. [7] Pero no se trata del desprecio de las representaciones, se trata más bien del funcionamiento de las prácticas más allá del fundamento que las orienta. El fundamento orienta las prácticas, pero las prácticas son más que el fundamento que las orienta. Las prácticas organizan con las concepciones que las animan una relación compleja. Ni la distorsión, ni el reflejo son capaces de dar cuenta de la especificidad de esa conexión. ¿Cómo pensar entonces el vínculo entre representaciones y prácticas? Para la problemática de la determinidad,[8] nada ocurre que no sea la actualización de unas determinaciones previas. Las prácticas son  manifestación, realización o actualización, de unas concepciones anteriores. Pero en la perspectiva de la historia de la subjetividad, la articulación no es pensada como determinación, sino como condición. La condición constituye un elemento que inevitablemente ha de ser tenido en cuenta, pero una condición puede ser excedida, apropiada y significada por otra más fuerte. En este sentido, las prácticas organizan con las concepciones una relación de condicionamiento, que sin ser eliminada puede ser excedida, significada, alterada. [9]
La estrategia discursiva que parte de las prácticas  impide plantear dos niveles distintos de circulación de las ideas: uno ideal y no prostituido, y otro material que resulta de la distorsión del primero. La noción de práctica interviene sobre esta distinción. Si es cierto que el sentido de una idea es la red de  prácticas en las que se inscribe, ya no resulta operativo discriminar entre el decir y el hacer, entre las representaciones y las prácticas. [10]Más bien se trata de dar cuenta del funcionamiento concreto de las prácticas, y así las representaciones importan en tanto que prácticas (discursivas).
V. Subjetividad y humanidad situacional. Si es cierto que la noción de subjetividad es menos una definición en regla que un campo problemático, no es menos cierto que ese campo se organiza a partir de un problema: el estatuto situacional de la naturaleza humana. Desplazada la categoría de sujeto, el status situacional de la naturaleza emerge como núcleo problemático en el ámbito de las ciencias sociales. Pero ¿cuáles son los términos en los que se plantea el problema? En rigor, se intenta pensar las operaciones y los dispositivos capaces de producir la subjetividad instituida en una situación histórica determinada, como el lazo social del que forma parte. En definitiva, se trata de dar cuenta de la reproducción de las relaciones sociales (subjetividad y lazo social) en una situación histórica determinada.
VI. Una noción de subjetividad .[11] El campo de la subjetividad se constituye como un espacio atravesado por un problema central: el estatuto situacional de la naturaleza humana. Esto es, no hay una definición universal de hombre sino situaciones socio-históricas que engendran su humanidad específica. Se trata en definitiva de la radicalización de la historicidad de la carne y del alma humanas, y en consecuencia del abandono de una latencia biológica de fondo capaz de unificar el conjunto de las producciones históricas. Tal postulación resulta imposible sin una categoría central: el concepto práctico de hombre. Para la historia de la subjetividad, el concepto práctico de hombre determina una humanidad específica por la vía práctica -y no tanto por la vía de las representaciones.
Una humanidad específica determina prácticamente cuales de los cuerpos sapiens pertenecen a la humanidad culturalmente establecida. Pero que también establece cual es la propiedad constitutiva de lo humano para las circunstancias en que se instituye dicha humanidad. Solo la decisión moderna de los últimos dos siglos produjo la equiparación entre cuerpo y humanidad. Solo para esta decisión el conjunto de los cuerpos sapiens coincide con la humanidad. De allí también nuestro olvido moderno de las prácticas de subjetivación humana. [12]
VII. Subjetividad estatal. En condiciones modernas, en condiciones de estado-nación, el conjunto de las instituciones queda articulado por esta meta-institución que es el estado.[13] El estado no sólo es el reservorio de la soberanía, sino que es también el articulador simbólico que conecta entre sí las diversas instituciones. O en otros términos, el estado como meta-institución  coordina las instituciones en un todo.
El estado es el ordenador simbólico por excelencia, dado que  el conjunto de las  instituciones recibe su lugar y su función a partir de su relación con el estado. En los estados nacionales la vida del un individuo se desarrolla en el interior de sus instituciones y en el paso de una institución a otra. El individuo vive y transita por la familia, la escuela, la fábrica, el hospital, etc. Se forja la subjetividad capaz de habitar estas instituciones y se forja la subjetividad capaz de transitar por ellas. En síntesis,  se forja la subjetividad  ciudadana.
VIII. Estado y ciudadanía. El ciudadano es el tipo subjetivo forjado por los estados nacionales, es decir, por  estados que enuncian que la soberanía emana del pueblo y que se legitiman al representar una sustancia nacional.
Puede pensarse al  ciudadano como el tipo instituido resultante del principio revolucionario de igualdad ante la ley. El ciudadano es el tipo subjetivo que se forja en torno de la ley. Los estados nacionales interpelan a sus individuos como ciudadanos a partir de dos instancias primordiales: la familia nuclear burguesa y la escuela. La escuela y  la familia, entre otras instituciones  producen ciudadanos en y para los estados nacionales.
Un ciudadano es un tipo subjetivo organizado por la suposición básica de que la ley es la misma para todos (que es o que puede ser). Alguien puede lo que puede y no puede lo que no puede, porque nadie puede eso o porque todos pueden eso. El ciudadano, como subjetividad, es reacio a la noción de privilegio o de ley privada. La ley es homogénea, prohibe por igual y permite por igual a todos. Por supuesto, a algunos el aparato judicial les va a permitir un campo de transgresiones, pero si eso se percibe como transgresión significa que la institución básica esta funcionando.
El ciudadano es un individuo que se define por esta relación con la ley. La igualdad jurídica es el corazón mismo de la condición del ciudadano. El soporte subjetivo del estado nación esta producido por la operatoria ficcional de este principio.
La ley es la dimensión fundante de la subjetividad ciudadana. Hay ciudadanos porque hay ley;  hay ley porque hay estado capaz de  inscribirla,  significarla y sostenerla.
IX. Desrealización de los estados nacionales. En esta línea, el proceso que mediáticamente se llama globalización, se puede pensar más precisamente como  la desrealización de los estados nacionales. Si algo caracteriza a nuestra época es agotamiento del estado nacional.  Los estados nacionales pierden su realidad política, su realidad económica y su realidad social.  Los estados nacionales caen como espacios soberanos de autonomía y como espacios capaces de orientar el curso del devenir. Si algo caracteriza a nuestros estados es que han perdido el arraigo efectivo que les daba potencia soberana.
Esta pérdida de arraigo es la que transforma a los estados soberanos en estados técnicos-administrativos. Los estados actuales son lo que administran las consecuencias del proceso de globalización. Incluso, el estado renuncia explícitamente a cualquier capacidad soberana, y se enuncia técnicamente como  administrador.
El proceso de globalización puede  pensarse entonces como un proceso técnico de efectos  muy potentes sobre el estado. En principio, es un mecanismo técnico porque instaura nada más que la conexión virtual de la superficie integral del globo. Por vía de los flujos de información, de los flujos de capital, se arma lo que se  ha denominado “mundo pequeño” o “aldea global”.  Se constituye una red de conexión que atraviesa las fronteras. O mejor, más que atravesarlas, las desrealiza. Porque atravesar las fronteras significa que hay una marca que existe, y que se puede estar de un lado o del otro. Pero desrealizarlas significa destituir el carácter de frontera de la frontera. No existe este espacio interior al que nos habíamos acostumbrado a llamar mercado interno, estado-nación o espacio soberano. Entonces, el mundo queda conectado  a partir de los flujos de capitales, de imágenes, de información.
Es necesario aquí hacer una precisión: la conexión no significa, ni mucho menos, la homogeneización. Hay que abandonar, respecto de la globalización, la toma de dos posiciones espontáneas de opinión. La primera dice que como las realidades de los espacios ex nacionales son diversas, entonces la globalización es falsa, es un engaño más. Que como hay diversidades nacionales absolutamente acentuadas, la idea de globalización es engañosa porque no homogeneiza nada. Sería algo así como una nueva mentira del capitalismo.
La otra idea con la que también hay que discutir, es la que sostiene que en la medida en que el mismo flujo de capitales atraviesa la superficie del globo, entonces las diferencias regionales han caído. El mundo globalizado es para esta postura  el mundo de la igualdad de oportunidades.
Desde la perspectiva que aquí se intenta se puede situar el  problema en los siguientes términos: la globalización unifica al mundo desde el punto de vista del estímulo, pero las respuestas son diversificadas localmente. Es cierto que es el mismo circuito el que provoca respuestas en todo el globo. Pero las respuestas en cada uno de los puntos de este globo dependen de las condiciones locales. Los estados cuando pierden su realidad, pierden la capacidad de gobernar los estímulos.
En otras palabras, la  globalización significa unificación general de los estímulos económicos y diversidad local de las respuestas político-sociales. Este es el punto clave en que se articulan la idea de globalización y de fragmentación. O quizás se deba plantear que la superación del debate exige abandonar la idea mediática de globalización.
Que se agoten los estados nacionales significa que ha caído la institución principal en la instauración de nuestra subjetividad. Que los estados nacionales hayan caído no significa que hayan desaparecido, sino que han perdido la potencia hegemónica de institución de subjetividad propia de los siglos XIX y XX. No es tampoco que, dentro de un proceso irremediable, estén desapareciendo, sino que carecen actualmente de esa potencia que los hacía capaces de orientar el curso del devenir y el modo de ser de los hombres. Así como Nietzsche predijo que a partir de la muerte de Dios se seguiría  lidiando con sus sombras durante largo tiempo, podemos apostar a que las sombras del estado serán un problema esencial en el pensamiento contemporáneo también por largo tiempo.
La caída del estado significa una alteración básica en la subjetividad, una alteración básica en los tipos subjetivos. Muerto el estado, lidiaremos con sus sombras, en eso estamos.
X. Agotamiento del EN. El estado como pan institución  cae cuando las prácticas de  mercado pasan a ser el fundamento de la vida social.  ¿En qué consiste el agotamiento del Estado Nación (EN)? No se trata del mal funcionamiento de las instituciones del EN o del incumplimiento de unas leyes determinadas, se trata más bien de la incapacidad del estado para postularse como articulador simbólico del conjunto de las situaciones sociales. En tiempos nacionales, el estado es capaz de articular simbólicamente las situaciones, esto es, es capaz de producir un sentido general para la serie de instituciones nacionales. En rigor, no se trata solamente de la producción de un sentido, sino de la producción de un sentido articulado. En nuestra situación, no hay estado capaz de producir articulación simbólica. Si esto es cierto, la pregunta obligada es por el estatuto del estado en las nuevas condiciones. No hay articulación simbólica entre situaciones, lo que no quiere decir que no haya simbolización. En la dinámica de las situaciones dispersas, la simbolización es situacional. Pero la pregunta insiste: en tales condiciones, ¿cuál es el estatuto del estado? El estado reduce sus funciones -si se lo compara con el EN-, pero la variación fuerte resulta otra. Se trata de la alteración de su ontología. El estado actual, esto es, el estado técnico-administrativo (ETA) es incapaz de producir una ordenamiento simbólico para la heterogeneidad de las situaciones. En las condiciones actuales, el ETA es una fuerza entre otras. En esta lógica, las fuerzas del mercado son capaces de imponer una variedad de funciones administrativas a ese estado que ha dejado de ser programático y ha devenido administrativo. Pero el mercado no organiza simbólicamente las situaciones, su relación con las instituciones es otra. En rigor, el procedimiento del mercado no es la articulación simbólica sino la conexión real. Esto es, el mercado en su devenir produce una variedad de efectos incalculables, pero al hacerlo no produce un sentido para tales consecuencias. En definitiva, los flujos de mercado conectan situaciones sin generar en el proceso un ordenamiento simbólico para tal encuentro. [14]
De lo anterior se puede deriva una conclusión importante. El  individuo contemporáneo, durante el transcurso de su vida no va pasando, como en el estado nación, de una institución a otra; todas guiadas y marcadas por el mismo principio, sino que va saltando de situación  en situación cada una con su propia lógica. Y en ese sentido la identidad queda fragmentada o diseminada. Sin articulación entre estas distintas instancias la subjetividad se constituye como un conjunto de láminas sin articulación posible en una identidad.
Mientras las instituciones modernas estaban inscriptas en la totalidad estatal, las instituciones actuales son cada una un mundo aparte. Cada una de estas instituciones  se considera  como productora exhaustiva de los sujetos que necesita en la situación en que los necesita. No los toma de ninguna otra ni los produce para ninguna otra.
XI. Empresa.  Lo propio de esta destitución del estado es la transformación del átomo institución al átomo empresa. Las instituciones se conectan según un parámetro estatal, las empresas se conectan según un parámetro mercantil.
Es cierto que en los estados nacionales existían empresas. Pues bien, por un lado estas empresas, funcionaban bajo una lógica institucional. Por el otro, se puede decir que había empresas en el mundo. Actualmente, la modificación mas fuerte se puede expresar como: las empresas son el mundo. Menos por una cuestión de cantidad que por una virtud lógica. Actualmente la lógica hegemónica en términos sociales es la lógica empresaria.[15] Algo es viable cuando es económicamente viable. Algo es perdurable cuando puede subsistir, algo es valioso cuando es rentable.
Queda claro que desde la línea de la historia de la subjetividad no se trata de denunciar ni de quejarse. No se pretende tampoco  militar por los estados nacionales ni recordar épocas mejores;  sino de marcar algunos puntos fundamentales en la alteración de la lógica social contemporánea.
XII. El consumidor.[16]  La figura del consumidor es reconocida en términos sociales. Desde la perspectiva  de la historia de la subjetividad podemos establecer  algunas precisiones. El consumidor es una figura concomitante con el proceso de globalización. Más precisamente, lo que llamamos  consumidor es el soporte subjetivo de este proceso que llamamos “desrealización de los estados nacionales”
El consumidor no es un accidente contemporáneo que le sobreviene a la eterna naturaleza humana sino que trama la naturaleza misma del hombre contemporáneo. No es un adjetivo del hombre contemporáneo sino su definición en término de subjetividad.
 La subjetividad  consumidora esta producida por una serie de prácticas específicas. La serie de prácticas que la estructura,  instituye al consumidor como un sujeto que varía sistemáticamente de objeto de consumo sin alterar su posición subjetiva. Es el sujeto que realiza una permanente sustitución de objetos sin que dicha práctica le ocasione ninguna alteración.
En la lógica de la moda y de la vertiginosa sustitución de objetos, el término nuevo de la serie es mejor porque es nuevo. El anterior no cae por haber hecho ya la experiencia subjetiva de la relación con ese objeto particular sino por la presión del nuevo que viene a desalojar al anterior. El anterior cae sin tramarse en una historia, no hay continuación, uno  sustituye al otro. Es la  misma lógica el  zaping televisivo, la  renovación permanente del mercado,   la innovación tecnológica, etc.
Si lo anterior es cierto -y hay buenos argumentos para que lo sea-  ¿Qué posición subjetiva es la que inducen estas prácticas? Todo ha de esperarse del objeto, nada del sujeto. La promesa es la del objeto próximo. No se produce nada semejante a la modificación del sujeto por el objeto ni del objeto por el sujeto. En un comercio sin interacción el sujeto es soberano de asumir y desechar, pero no es libre de alterar ni de alterarse.
XIII. El consumidor y su lógica. Se puede decir entonces que el consumidor es un tipo subjetivo que espera todo del objeto. El consumidor cree la promesa del mercado según la cual en el mercado hay de todo. Esto implica dos  suposiciones implícitas: la primera sostiene que  todo lo que hay en el mercado es  necesario; la segunda, que todo lo que  es necesario está en el mercado.
La llamada “globalización” es un festival de ofertas y, por vía de la red o de cualquier otra, se puede acceder a una serie, hasta hace poco inimaginada de productos. La idea es que se puede obtener cualquier producto. La premisa de base es la existencia indubitable del objeto satisfactorio.Es decir, que existe  un producto o un conjunto de ellos, que  garantizan la satisfacción. La publicidad recoge este anhelo: “Satisfacción garantizada o le devolvemos el importe”.
Ahora bien, si la satisfacción no se produce es porque hay  defecto en el objeto. El consumidor no  puede, en tanto que consumidor, realizar ninguna experiencia subjetiva. Entonces, la lógica  es  sustituir  ese objeto por otro. Si el consumidor lo espera todo del objeto, no se puede esperar nada del sujeto. El objeto es satisfactorio; no es posible  hacer una experiencia subjetiva de la insatisfacción del objeto.
Según la lógica del consumidor, será placentero todo aquello que confirme y satisfaga sus gustos y preferencias. Esta concepción del placer imagina que cualquier otro tipo de acción se reduce a la renuncia.
XIV. La promesa del mercado. El consumidor parte de las promesas del mercado. Pero el punto decisivo aquí es que  el mercado no promete como promete el estado. El estado promete que si nos mancomunamos a algún destino colectivo nos va a esperar después de un período de sufrimiento, un futuro de grandeza. Nuestro mercado contemporáneo instituido como núcleo central de las potencias promete distinto.
La promesa del mercado es la de un objeto capaz de proporcionar satisfacción integral. El consumidor lo que espera no es la realización de un proyecto sino un estado de plenitud.
Se sabe que en el mercado hay de todo y para todos.[17] La impresionante multiplicación  de objetos  se entiende a partir de esta pauta subjetiva. El objeto tiene que encajar perfectamente en el sujeto porque el sujeto no puede modificarse en nada. La multiplicación indiscriminada de objetos y de diferencias es solidaria con este principio. En el mercado hay de todo porque el objeto debe adaptarse totalmente al sujeto.
El principio social de identidad establece en función de qué parámetros un integrante de una sociedad será reconocido como perteneciente a ella por los demás. A partir de dicho principio, será  convocado o rechazado, será valorado o despreciado, etc.  Si en los estados-nación un ciudadano se definía por la conciencia, su identidad estaba configurada por los contenidos fundamentales de su conciencia: sobre todo por su conciencia política o por su ideología.
En los estados técnico-administrativos ni la conciencia ni la ideología  inciden  en la determinación social de una identidad. El consumidor se define por sus actos de consumo. El consumidor  se define por su relación técnica con las cosas,  tramándose en una  relación de necesidad- solución,  adquiriendo los problemas  una dimensión fundamentalmente práctica.
XV. La promesa del consumo.  Mientras una visión espontánea de los objetos puede concebirlos en términos de necesidad, es necesario abandonar la prioridad de su valor de uso para concentrarse en su valor de signo.[18]
Sabemos que el objeto en si no es nada; que lo fundamental del objeto son los diferentes tipos de relaciones y significaciones que soportan. Así el consumo puede ser definido estructuralmente como un sistema de intercambio y de producción de signos. Solo así es explicable la moda. La moda puede ser definida como coacción de innovación de signos o producción continua de sentidos arbitrarios. De lo que se trata en rigor es de proveer un material siempre nuevo de signos distintivos  
El hecho mismo de ser hombre es lo que está en juego. Así como ser hombre, en las épocas de  vigencia de los estados naciones fue poseer una conciencia, ser hombre hoy es ser reconocido como imagen por otro que a su vez lo es.
El consumo es producción de signos. El acto de consumir es un signo para el reconocimiento del otro. El problema es que quien poseía una conciencia difícilmente la perdiera, al menos la locura no constituía una amenaza cotidiana. En cambio, hoy la imagen esta continuamente amenazada porque no es una propiedad que se puede adquirir definitivamente  sino que hay que adquirirla todo el tiempo. La lógica de la moda hace caer los signos validos rápidamente. Lo que ayer era un signo, hoy puede dejar de serlo sin aviso previo.
XVI.  Obligaciones y derechos. En los estados nacionales el universo de los derechos del ciudadano se produce a partir de la instancia decisiva de la ley. La teoría jurídica moderna es muy clara al respecto: para que exista un derecho debe existir una obligación. Porque en rigor, un individuo tendrá un derecho solo si otro tiene una obligación. El derecho no es sino la contracara de la obligación.
Llamemos modernos al estatuto de los derechos en los estados nacionales, es decir, a aquellos que se producen a partir de la imposición de una obligación  impuesta por la ley.
XVII. Consumo y  derechos. En los estados técnico-administrativos, los derechos no son el subproducto de una ley que  obliga, sino que resultan de una afirmación directa de declaraciones de series de derechos.[19] El centro dejó de ser la ley para ser el derecho mismo. Cada consumidor por el solo hecho de serlo  se proclama con infinidad de derechos. Llamemos post-modernos al  estatuto de los derechos en los estados técnico-administrativo, es decir, a aquellos que derivan de una proclamación directa, sin imposición de obligaciones.
A partir de aquí se puede pensar que mientras el límite de los derechos modernos es la prohibición legal simbólica, el tope de los derechos post-modernos es la imposibilidad real revelada.
Para seguir con la nominación, llamemos derechos simbólicamente producidos a los que derivan de una prohibición y llamemos derechos imaginariamente establecidos a los que derivan de una proclamación.  El punto es que entre derechos iguales, decide la fuerza: la imposibilidad real se revela en el cuerpo a cuerpo de quienes, en ausencia de ley estructurante, poseen derechos imaginariamente equivalentes. Si los derechos no emanan de una ley sino que tienen centro en cada portador, la relación se dirime como correlación de fuerzas.
Los poderes y las fuerzas con los que los consumidores se enfrentan en el conflicto real de sus ilimitados derechos imaginarios no derivan de la naturaleza de los individuos, sino que apoyan sobre los poderes derivados de la fortuna en el mercado. El mercado es el lugar en que cada consumidor actualiza sus derechos.
Se puede conservar el paralelo  con la “ley del código” y llamar a esta potencia o fuerza “ley del mercado”. Pero por su forma específica de operar y enunciarse, esta ley presenta características que la alejan de la imagen espontánea de lo que es una ley.[20]
No tenemos con las leyes del mercado un establecimiento permanente de las pautas que determinan lo incorrecto y lo correcto. Si con el código existía la permanencia de unas prescripciones siempre conocidas, con el mercado estamos ante condiciones que varían de coyuntura en coyuntura sin explicitar jamás a priori las prescripciones que aquí y ahora están rigiendo. El agente del mercado siempre esta sometido a los veredictos de un tribunal secreto que a posteriori determina cual era la operación correcta y cual la que debía fracasar.
Pero no solo no rige para todo momento, no solo carece de explicitación; la ley de mercado no rige igual para cada agente en cada coyuntura sino que sus prescripciones secretas dependen de la posición específica de agente en una coyuntura de mercado. La proclamada igualdad del ciudadano ante la ley ha sido sustituida por los poderes específicos de la gente ante el mercado. El mercado es,  desde largo,  el ámbito de la diferencia y de la desigualdad; en el mercado cada uno puede lo que  puede.
Se puede ver en la reforma constitucional de 1994 un indicador de estas transformaciones. En el nuevo el artículo 41 aparece la figura del  consumidor con rango constitucional. En nuestra Norma Fundamental, además de ciudadanos, hay consumidores. ¿Y qué tiene el consumidor? Derechos. No es como el ciudadano que tiene obligaciones y, luego, tiene derechos. El consumidor tiene derechos. No hay ninguna instancia fundante más que el consumidor mismo. Por su magnitud, se ve que lo anterior no es solo un ejemplo. Pero lo importante es notar que desde el punto de vista subjetivo la relación con la ley  es bien distinta en ciudadanos y consumidores.
En el mismo sentido, asistimos a la  aparición de los llamados “derechos del consumidor”.  Es lógico que así sea. En tiempos donde el soporte subjetivo del lazo social se ha desplazado desde el ciudadano al consumidor  la referencia a éste parece imprescindible.
Los derechos del consumidor son más efectivos que los derechos de los ciudadanos. La efectividad aquí se entiende solamente como la posibilidad de ejercicio. Pero también,  como dijimos, su naturaleza es distinta. Se basan en el acto de consumo, no son derivados de una prohibición legal en el ordenamiento jurídico del estado sino de una disposición dineria en el mercado.
Los actos de consumo son los que engendran derechos, no hay prohibiciones específicas sino obligaciones derivadas de ese acto mercantil. En condiciones actuales ninguna potencia se enfrenta a la del capital: ¿Qué se le puede prohibir al dinero?. Pareciera que solo el dinero puede prohibir al dinero.
Es posible decir que de última, el estado garantiza estos nuevos derechos. Pues bien, si así fuera, lo importante es que  es de última. Además cuando se concurre a la instancia legal, el consumidor como consumidor ya ha sido vulnerado y solo queda una sombra ciudadana que busca que se aplique la ley. La sanción del consumidor en el ámbito del mercado será distinta.
XVIII. Variación en el estatuto del tiempo.
a) Institución social del tiempo. Sabemos que cada cultura instituye su tiempo. O más bien, instituye “su” tiempo como “el” tiempo. O mejor, “cada tiempo” instituye “su tiempo” como “el tiempo”. Lo que se quiere decir es que no hay tiempo en sí, sino que lo que entendemos por  tiempo siempre es una entidad socialmente instituida.
En este sentido, una lógica social es solidaria con unas prácticas productoras de temporalidad. De esta manera, la variación en la naturaleza de una situación histórica provoca como efecto inevitable la variación en el estatuto de su temporalidad.
Agotados los estados nacionales e instituido el mercado en el sitio del fundamento se altera la estructura del tiempo socialmente instituido.
b) El tiempo nacional. El tiempo socialmente instituido por el Estado Nación es el tiempo de la continuidad, del progreso, del autodesarrollo. Un tiempo homogéneo pero ascendente. Homogéneo en su contenido pero ascendente en su desenvolvimiento. El devenir es devenir progresivo; el tiempo tiene un sentido, el instante siguiente sucede al anterior y entre los dos instantes se trama una relación de progreso o al menos una relación de sentido. El instante anterior tiene efecto de sentido sobre el que viene.
En el tiempo instituido durante la modernidad,  siempre hay diferencia entre dos instantes.  El instante 1 pasó; el instante 2 es el actual. Pero el instante 1 tiene alguna eficacia sobre el actual. En el tiempo de progreso, en el tiempo histórico, en el tiempo de desarrollo, se comprende lo que se presenta en el instante 2 por su diferencia específica respecto del instante 1. Mejor, peor o  diferente son tipos posibles de relación.
c) Tiempo contemporáneo. En tiempo instituido en las condiciones actuales, en cambio, es del orden del instante. Las cosas no están determinadas por su historia, las cosas significan lo que son  hoy. No se trata de la ruptura con lo pasado, sino más bien de la sustitución (caída) de un instante por otro. El tiempo nacional toma su consistencia del anterior y del siguiente; el tiempo contemporáneo es de la configuración instantánea, el de la sustitución de un instante por otro. En rigor, se trata de la lógica de la moda: sustitución del material simbólico sin alteración subjetiva. Se trata del tiempo del instante, el tiempo del zapping, o el tiempo del videoclip, del que tampoco tenemos todavía una definición en regla sino ciertas pautas de funcionamiento. Un instante no sucede a otro sino que lo sustituye. No forma una serie significativa. El instante actual hace caer al anterior en el no ser. No hay experiencia temporal. Hay presente eterno. El instante actual es empujado por el que viene para caer, sin tramarse en una red significativa.
Otra vez, no se trata de impugnar el tiempo actual sino de poder pensarlo. La noción de vértigo monótono intenta ser útil en esta perspectiva.
d) Vértigo monótono  La temporalidad contemporánea instituye la  modalidad  de sustitución de un instante por otro. Sustitución que genera en su proceder un efecto de vértigo, pero siendo ese su funcionamiento, también hace del vértigo monotonía. El tiempo nacional es del orden de la duración; el tiempo contemporáneo es del orden de la sustitución. Duración y sustitución pertenecen al campo de lo socialmente instituido. Esto es, son dispositivos centrales en la producción de la subjetividad capaz de habitar tales situaciones sociales.
El pensamiento como la intervención que introduce tiempo en la urgencia. La monotonía vertiginosa le hace obstáculo al pensamiento. En condiciones de urgencia, no hay posibilidad de pensar. Pensar exige entonces producir esa temporalidad, esto es, producir un corte en la continuidad contemporánea (monotonía vertiginosa). Pero esta tarea nunca es definitiva, porque no consiste en un terreno conquistado de una vez y para siempre, consiste más bien en la institución situacional de esa temporalidad, esto es, cada vez.  Pensar es entonces producir esa temporalidad capaz de interrumpir la monotonía vertiginosa.
e) Tiempo y alteración. En síntesis, el agotamiento del EN es también el agotamiento de una noción temporalidad totalizadora, donde el despliegue temporal consiste en el desarrollo progresivo y homogéneo de la esencia nacional. La emergencia de la temporalidad actual indica variaciones fuertes respecto de tal noción. Pues no se trata de la sustitución de una noción totalizadora por otra, se trata fundamentalmente de la institución de una variedad de temporalidades. En rigor, la experiencia de la temporalidad actual es la experiencia de la ausencia de una única noción de temporalidad capaz de imprimir el ritmo al conjunto de las instituciones sociales. Se trata en definitiva de la institución de temporalidades situacionales. La temporalidad de la moda, esto es, la sustitución de un instante por otro, resulta apenas una de las modalidades de temporalidad en las nuevas condiciones. 
Pero ¿Cuál es la alteración? Se trata del agotamiento de esa totalización producida por el estado-nación. Pero no se trata de la emergencia de otra totalización productora de sentido, se trata más bien de la inexistencia de una totalización donadora de un sentido general. ¿Cuál es entonces el estatuto de nuestra condición? Se trata de una variedad de situaciones organizadas, ya no por un principio trascendente, sino por reglas inmanentes. Cuando se trata de reglas inmanentes, no hay ni lenguaje común al conjunto de las situaciones, ni relaciones transferenciales entre las distintas situaciones. De esta manera y en ausencia de una subjetividad capaz de habitar cada una de las situaciones, cada institución tendrá que forjar -sin suponer operaciones previas- la subjetividad capaz de habitarla.
XIX. El consumidor (2)  A partir de lo  anterior, podemos precisar la noción de  consumidor como el soporte subjetivo del  lazo social producido por el consumo, que –agotada  la instancia estatal- se constituye en el mercado, con una posición subjetiva que impone esperar todo del objeto. El consumidor está tramado en la temporalidad del instante sin historia, y centrado en sus derechos, enunciados desde él y sus actos de consumo y no desde su relación con la ley ni  desde su relación con los otros.
XX. El consumo y la adicción. Desde la historia de la subjetividad se postula que las significaciones son socialmente instituidas. Esto significa que en el campo de las adicciones, son las condiciones sociales de adopción de las sustancias las que proporcionen las claves de su comprensión. Las sustancias difieren de su sentido social. No hay drogas sino sustancias investidas como tales.
XXI. Experimentación y consumo.  A partir de esto, es posible marcar dos tipos muy distintos de relación social con eso que se inviste como drogas, a partir de dos soportes subjetivos diferentes: el ciudadano y el consumidor.
Lo que  interesa plantear es que esos dos modos distintos no son estilos personales, sino que dependen de condiciones sociales muy precisas que predeterminan el modo de relación de los individuos con las sustancias que hoy llamamos adictivas. 
En los años cuarenta se experimenta con drogas.  Henry Michaux escribe un libro que se llama Conocimiento por los abismos y registra este tipo de experiencias [21] .  Algo de esto puede ser significativo para pensar las adicciones contemporáneas.
La significación central del ciudadano es la conciencia. O más bien se es ciudadano a partir de tener una conciencia. Cuando Michaux narra sus experiencias, se ve que el problema  central está puesto en el conocimiento y  no en el estado mental de que se goza bajo el influjo de ciertas drogas especificas.
La idea de experimentación se vinculaba con un sujeto de la conciencia que buscaba experimentar otros estados de conciencia; estados de conciencia alterados pero con una conciencia vigilante capaz de anotar, percibir y registrar el conjunto de esos estados alterados inducidos, no por el consumo sino por el uso, llamémoslo epistemológico, de unas sustancias que alteran la percepción. Pero el sujeto de la conciencia ahí está desdoblado en un sujeto que usa la droga y un sujeto que observa al sujeto afectado por la droga.
Cuando el soporte subjetivo del lazo social es el consumidor el tipo de relación específica es bien distinto. En principio, no hay uso sino consumo.
Dijimos que el  consumidor se estructura a partir del supuesto de que el mercado proporciona el objeto realmente satisfactorio, y en ese sentido el que consume drogas en tanto que consumidor y no experimentador, consume no para observar cual es el estado inducido por el consumo de tal o cual sustancia sino para conquistar un estado de ser pleno; un estado físico y mental de plenitud.
Lo que se espera es ese estado y no una  reflexión ulterior o una   integración simbólica de ese estado.
XXII. Consumo y realización. Pero aquí el problema se complica. Porque es cierto que el consumidor espera todo del mercado y  cree que el objeto que necesita existe, y que entonces solo tiene que buscarlo. Pero el consumo se sostiene fundamentalmente en la promesa y no en la realización del hallazgo. La subjetividad instituida del consumidor es la del “buscador” del objeto que devuelva imagen de plenitud. Pero no la del “encontrador” de objetos. El que encuentra el objeto, es decir el que satisface la promesa del mercado se excede de la lógica del mercado. Se pasa de esa promesa que tiene que sostener como promesa para que la subjetividad consumidora sea funcional al tipo de lazo social instituido.
En otros términos,  la subjetividad instituida se sostiene en la promesa y no en la consumación. La consumación del consumidor suprime al consumidor y da lugar a un adicto. Adicto a algo que le proporciona plena satisfacción en el sentido que proporciona siempre el mismo estado físico mental de plenitud.
El adicto se constituye  a la vez en la realización  y en la interrupción del consumo.
 El mercado produjo efectivamente el objeto que colmó a un sujeto,  pero ahora no puede ya ofrecer otro objeto a ese sujeto. Por una vez, el sujeto ha hecho una experiencia del objeto, pero ha quedado prisionero en la naturaleza satisfactoria de la relación. Desde la lógica del consumo este triunfo paga un precio altísimo: el sujeto ha desaparecido tras el objeto que lo satisface y desde entonces lo constituye.
En rigor,  puede pensarse que el rechazo cultural del tipo adicto tiene mas que ver con su patología como no consumidor que como infractor de la ley. Al dejar de ser consumidor, las instancias de derivación le ofrecen una ultima posibilidad de inclusión, el tipo subjetivo adictivo. Pero tal subjetividad se instituye en el borde de lo socialmente permitido.
XXIII. Consumo y exclusión. Se sabe que cada sistema social establece sus principios particulares de exclusión. O en otros términos, que el mecanismo de establecimiento de una inclusión se realiza  a partir de una exclusión. En la medida en que no hay sistema capaz de incluirlo todo, la exclusión específica es fundante de su propia lógica.
La exclusión de la locura era fundante de los lazos entre conciudadanos. En los estados actuales, el excluido es quien queda por fuera del lazo del consumo. Ahora bien, si la operación social sobre la locura era la reclusión; el modo de exclusión de los no consumidores es  la expulsión.[22]
Lo que al menos se quiere dejar planteado aquí es que no todos los homo sapiens caen dentro del concepto práctico de hombre cuando el rasgo constitutivo de humanidad es el consumo.[23] El consumo es productor de imagen. El consumidor que al consumir se reconoce como imagen se instituye como signo. Los que no acceden al consumo, expulsados también -correlativamente- de la imagen no pueden hacer signo: se tornan precisamente por eso insignificantes.[24]
XXIV. Adicción y nominación. El adicto es una nominación instituída  desde la subjetividad consumidora. Constituye la nominación social de esta grave anomalía del consumo.  La nominación social de las prácticas adictivas se reconoce a partir de la  figura del adicto como un tipo socialmente instituido.
Entre  los discursos mediático,  policial,  médico,  jurídico, y una serie de prácticas específicas, se fue conformando el problema de la adicción como campo social de múltiples problemáticas.  Actualmente hay mucho saber circulando en torno a estas cuestiones.    Tanto que se reconoce espontáneamente cual es el problema del adicto, cual es su sufrimiento, la importancia de la prevención, etc.  Como estos saberes son administrados por el discurso mediático, la figura del adicto es una figura reconocible por el sentido común.
XXV. Adicción e identidad. Pero además, la representación social del saber sobre el adicto produjo  identidad. Una identidad de última se podrá decir, pero una identidad al fin. Máxime cuando en circunstancias como las actuales toda identidad esta estallada o laminada, no es nada despreciable el recurso que permite organizar el conjunto de los momentos vitales en torno de una significación. Hay una biografía tipo del adicto que consiste en:  falta de diálogo familiar, problemas de toda índole, un falso paraíso, un infierno real, una palabra amiga, una recuperación y la transformación del redimido en redentor, es decir en recuperador. Pero se puede transcurrir una existencia íntegra y  lógicamente articulada  dentro de la marca del tipo subjetivo adictivo.
Es decir que si bien la sustancia proporciona siempre un mismo estado físico mental, lo decisivo es que hay una marca que proporciona  identidad en torno a esa sustancia. Es  decir el saber produce como  efectos la instauración de una marca  que es el reaseguro de una identidad en una  condición estallada.
Si lo anterior es cierto, resta  pensar que prácticas interrumpen la donación de una identidad  que en términos sociales pareciera ser uno de los grandes beneficios de la figura del adicto.
XXVI. Adicción y legalidad. La adicción es, entre otras cosas un problema jurídico. O más bien, entre otros discursos, el jurídico comparte la institución de lo adictivo y sus instituciones de derivación, tratamiento y penalización.
Cada tanto hay una reforma legislativa o una variación en los criterios jurisprudenciales. Cada tanto se reactualiza el mito moderno del poder de la ley.
Sin embargo, lejos de solucionarse la amenaza adictiva es cada vez potente.
¿Se trata de equivocaciones del legislador? ¿Son necesarias otras leyes?
Puede ser que sean convenientes otras normas, los especialistas serán los que deban tomar la palabra en estas cuestiones.
Desde nuestra línea, notamos por un lado que el problema adictivo excede notoriamente la problemática jurídica y por el otro que ha cambiado seriamente el estatuto de la ley en términos de inscripción social.
Se puede decir que la ley nunca fue gran cosa. Pero lo decisivo es que en tiempos nacionales la ficción legal operaba de manera simbólica, es decir, a través de las prácticas familiares y escolares entre otras, la ley jurídica se inscribía como ley simbólica. En el mismo sentido, el estado tenía el poder suficiente para inscribir y sostener a su ley, la ley nacional, en sus habitantes interpelados como así como ciudadanos. En otros términos, no se revelaba espontáneamente el carácter ficcional de la ficción. La ficción operaba eficazmente como ficción.[25]
En otros términos, lo importante aquí es que la ley de los estados nacionales era estructurante de la subjetividad. O en otros  términos, que el orden jurídico aparece como  instancia destinada a instituir lo vivo y a producir el segundo nacimiento, el verdadero nacimiento en términos sociales.[26]
Ahora bien, los tiempos han cambiado bastante. Si hay algo característico de esta mutación de estados nacionales a estados técnico-administrativos es la caída de la ley como ordenadora del lazo social. Por un lado, desapareció el estado que la sostenía, por el otro, se reveló su carácter ficcional.  Por un lado, se reforma la ley, por el otro se observa que todas las reformas fracasan.[27]
XXVII. Adicción y subjetivación. Los discursos se preguntan: ¿Cómo salir de la adicción? En términos de subjetividad el historiador se pregunta si es posible habitar una  subjetividad distinta a la instituida. Es decir:  ¿Es posible habitar una subjetividad distinta a la adictiva? ¿Es  posible habitar una subjetividad distinta a la consumidora?
En historia de la subjetividad distinguimos entre subjetividad instituida y subjetivación. Llamamos subjetividad instituida, al tipo de ser humano que resulta de las prácticas  discursivas propias de una situación. Llamamos subjetivación a los procesos,  por los cuales se va más allá de la subjetividad instituida. A partir de un plus producido por la institución misma, se organiza un recorrido más allá de las condiciones que altera esas condiciones. La hipótesis decisiva aquí es que a partir de haber instituido un tipo de humanidad específica se produce algo más; y ese algo más permite  criticar o desarticular o ir más allá o al menos destotalizar ese tipo de humanidad específica que se ha instituido en esa situación.
Pero también, siendo la reproducción de las relaciones sociales una consecuencia de las operaciones sobre la subjetividad y el lazo social instituidos, la alteración de esas relaciones sociales -para la historia de la subjetividad- no podría tener un origen distinto. En rigor, reproducción y alteración  no son sustancias heterogéneas sino operaciones sobre una misma superficie social. Es decir que se trata de operaciones pero también se trata de operaciones organizadas por una lógica distinta en cada caso. Importa aquí menos el procedimiento de esas operaciones  que la insistencia en un origen común en cada uno de los procedimientos (reproducción y alteración).
XXVIII. Agotamiento de las estrategias de intervención. Uno de los problemas más serios desde esta perspectiva es que el agotamiento del EN es también el agotamiento de sus estrategias de intervención. Esto es, los procedimientos efectivos en una dinámica social simbólicamente articulada, no lo serán en una lógica de conexión real.
La estrategia de intervención del EN es la estrategia de las causas. En superficie nacional, la causa resulta fuerza instituyente, y justamente por ello es superficie de intervención. La relación causa/efecto es expresiva en tanto hay previsibilidad entre una causa y su efecto. Esta previsibilidad es posible en una superficie social articulada simbólicamente. Siendo la articulación simbólica función del EN, las estrategias de intervención son -durante buena parte de los siglos XIX y XX- la toma del estado, es decir, la toma de esa causa capaz de simbolizar.
En condiciones de conexión real, no hay causa capaz de producir previsibilidad alguna, en rigor, no hay causa capaz de instituir un ordenamiento simbólico. ¿Cuál es entonces la estrategia de intervención? La estrategia resulta una tarea sobre los efectos. Esto es, en ausencia de un estado capaz de producir a priori un ordenamiento simbólico y en presencia de un mercado que conecta situaciones de modo imprevisible, la simbolización -la producción de un sentido- es un trabajo situacional sobre los efectos. La estrategia es situacional porque no hay totalidad nacional sino situaciones dispersas; es sobre los efectos porque no hay causa capaz de producir un sentido a priori.
En este sentido, cuestionar las estrategias tradicionales parece ser un sitio nada menor  de intervención efectiva.
¿Cuál es entonces la naturaleza de nuestra condición actual? La emergencia de unas prácticas sin representación. Se trata de la organización de unas operaciones y dispositivos productores de subjetividad que no se dejan tomar en su especificidad por la lógica del estado nación. ¿Por qué? Porque el agotamiento del Estado Nación como pan-institución donadora de sentido es también el agotamiento de sus recursos de pensamiento. Luego, las prácticas (sin representación) no podrán ser leídas en su novedad por ese esquema de pensamiento. En definitiva, la estrategia de pensamiento capaz de sostener esa novedad demandará la elaboración de una variedad de herramientas situacionales.
XXIX.  Historización y subjetivación. Por otro lado hemos planteado que vivimos en una alteración muy fuerte del tiempo socialmente instituído. Desde la historia de la subjetividad se piensa en sus modos de historización. Pero ¿Qué es historizar el tiempo socialmente instituido? ¿En qué consiste la subjetivación de la temporalidad instituida? No hay estrategia general de subjetivación, pero la operación lógica consiste en la producción de una diferencia respecto de lo instituido, diferencia que produce inevitablemente alteración. Se trata, en rigor, de la institución de una temporalidad capaz de producir un sentido otro para esa situación.
Si el tiempo socialmente instituido opera como duración, la subjetivación podrá consistir en historizar esa continuidad e instituir un corte. Si el tiempo socialmente instituido opera como pura sustitución, la subjetivación también podrá consistir en la introducción de un corte, pero el corte tendrá que ser capaz de quebrar esa continuidad vertiginosa, y así producir un sentido. Se trata en definitiva de una operación de historización sobre la noción de temporalidad socialmente instituida.
Una observación. Historizar es historizarse. No hay posibilidad de historizar una situación, sin historizarse. ¿Por qué? Porque la historización de una situación es la historización de sus habitantes. Si hay chance de historizar sin historizarse, no hay habitantes de una situación. Más bien, hay amos u observadores de un objeto. Tanto el amo como el observador permanecen ajenos a la alteración. En estas condiciones, los agentes de la transformación no se dejan tomar por la transformación.
Ahora bien, si el problema es como se constituye un sujeto capaz de alterarse, es absolutamente necesario  pensar  como se compone la  subjetividad instituida de la  que  se parte. Será necesario pero no suficiente. Se necesitará el trabajo profesional de especialistas en el problema específico en se intervenga. La subjetivación es más el nombre de una incógnita que una receta  disponible. Pero si algunas de las cuestiones planteadas pueden  incidir en la reflexión  de  quienes están incómodos con su saber o su práctica,  el recorrido no ha sido en vano.
                                                                                                          H/a


Historiadores Asociados
Nota: H/a es un grupo de historiadores egresados de la carrera de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A.  Su práctica consiste en proporcionar herramientas de pensamiento histórico para las situaciones en las que interviene. Su campo de trabajo es el de la historia de la subjetividad. En este sentido, intenta situar las posibilidades y los obstáculos derivados de las múltiples transformaciones contemporáneas.
 H/a ha sido convocado para intervenciones, cursos y conferencias en diversas instituciones psicoanalíticas (AAPPG, APA, CPF, APDEBA, CEAP, FORO, etc.),  servicios hospitalarios ( Asoc. de residentes de Salud Mental,  Hospital Ameghino, Hospital Argerich, Hospital Larcade, Hospital Roffo, etc.),  organizaciones educativas (Colegio Santa Teresa de Jesús, Colegio Martín Buber, Facultad de Psicología de la U.B.A., U.C.A., etc.) y gubernamentales (CENARESO, Servicio de Adicciones de Lomas de Zamora, etc).
Integran H/a  Ricardo Alvarez, Diego Bússola, Mariana Cantarelli e Ignacio Lewkowicz.







[1]Lewkowicz I. Subjetividad adictiva: un tipo psico-social instituido en Dobon, J. Y Hurtado G. (Comp.) Las drogas en el siglo....¿Qué viene? FAC, La plata, 1999.
[2] H/a Historiadores Asociados,  es un grupo de  historiadores que se dedican a pensar las mutaciones contemporáneas desde la perspectiva de la historia de la subjetividad Integran. H/a Ricardo Alvarez, Diego Bussola, Mariana Cantarelli e Ignacio Lewcowicz.
[3] Estas tesis fueron expuestas en el trabajo antes citado.
[4] Nos limitamos aquí a la  figura del adicto como consumidor de drogas, arquetipo del género adictivo actual..  Habrá que ver, para pensar en otros casos de adicción, cuales son los enunciados y los tipos subjetivos que intervienen cuando la adicción es a otra sustancia o práctica. 
[5] Se puede pensar como “indisciplina” nuestra línea de intervención, en el sentido que reconoce como necesaria una reflexión por fuera de las disciplinas instituídas.
[6] Las ideas de este apartado ya han sido expuestas en Lewkowicz I y Cantarelli M.; De las Mentalidades a la subjetividad, un recorrido sintomático. En prensa.
[7] Este privilegio de las prácticas respecto de las representaciones organiza El nacimiento de la clínica. ¿Cómo es definido el discurso médico por Foucault? No se trata del conjunto de los enunciados que dicen los médicos sino del conjunto de prácticas que instituyen los tipos subjetivos: médico y paciente, pero también la relación entre médico y paciente. En esta estrategia, los discursos son prácticas que se apropian de las palabras, determinan las cosas, y organizan la relación entre palabras y cosas.
En definitiva, un discurso no es lo que dice sino fundamentalmente lo que hace. No es conjunto de enunciados que describen un objeto sino el conjunto de prácticas que producen: sujetos, objetos y la relación entre sujetos y objetos.

[8] Para esta problemática ver  C. Castoriadis; La institución imaginaria de la sociedad. Tusquets; Barcelona; 1979.
[9] Para la distinción entre determinación y condición cf. Lewkowicz I. El género en perspectiva..., op. cit.
[10] . “...no ha habido casi preocupación por saber qué quiere decir hacer, cuál es el ser del hacer y qué es lo que el hacer hace ser... No se ha pensado el hacer, porque no se lo ha querido pensar mas que en esos dos momentos particulares, el ético y el técnico.”  Castoriadis, op.cit. Pag..11.

[11] Las ideas de este apartado ya han sido expuestas en:  Lewkowicz I., Subjetividad adictiva..., op. cit.
[12] Más adelante tendremos que volver a este asunto para pensar la subjetividad actual.
[13] Se denomina estado-nación a la modalidad de organización estatal que se desarrolla entre el ciclo de las revoluciones burguesas y el fín de la guerra fría. Básicamente se trata de estados que se legitiman por ser la organización jurídica de una nación.  Reservamos el término estado técnico-administrativo para nombrar la modalidad de organización estatal actual.  Su pertinencia deberá deducirse de la utilidad para pensar en inmanencia.
[14] Uno de los problemas que más insiste es la perplejidad que causa el  mercado actual. Su dificultad de definirlo indica  que estamos ante un mercado muy diferente al nacional. En principio, pareciera que el término refiere a una  cierta circulación de flujos de información, imágenes, capitales, transacciones, etc.
[15] Fox, el flamante  presidente mexicano, anunció con gran ímpetu, que organizará su gobierno como una empresa. Para ello, solicitó el curriculum de todos los ciudadanos que quieran formar parte de la burocracia estatal. Contrariamente a lo que se puede suponer, el presidente quiere convertise en gerente de personal. Esto es contemporáneo a los festejos de haber  terminado con el largo estancia del  PRI en el poder.
[16] Es necesario reiterar aquí algunos argumentos ya expuestos en Lewkowicz I. Subjetividad adictiva...,op.cit.
[17] Sobre  que hay en el mercado  leemos "...en uno de los casos más sorprendes de vinculaciones entre el crimen ruso internacional y los traficantes de drogas latinoamericanos, en marzo de 1997 la DEA en Miami detuvo a Ludwing Fainberg, inmigrante ruso, y a dos cubanos, intermediarios de los cárteles de la droga colombianos. Según la DEA, Fainberg, propietario de un bar de strip-tease cerca de Miami, estaba negociando la venta un submarino soviético con su tripulación, para introducir cocaína de contrabando en los EEUU. De hecho, estos socios ya habían hecho negocios en 1992, cuando los cárteles adquirieron dos helicópteros rusos. Fainberg, antiguo dentista en la URSS, también estaba organizando el envío de cocaína a Rusia..." en Castells Manuel, La era de la información. Vol. 3 Fin del milenio, Alianza, Madrid, 1999, p. 199.


[18]Para esta cuestión seguimos  una obra ya clásica de la materia: Baudrillard J. Critica a la Economía política del signo; Siglo XXI; Mexico;1997.
[19] Declaraciones de Derechos que realizan los organismos internacionales. El estado ha quedado, también por esta vía, reducido a un mero ejecutor, más o menos eficiente, de las normas que se prescriben en forma trans-nacional.
[20] En rigor, la noción de “ley de mercado”es una extrapolación de la forma de pensamiento que servía para describir un mundo de naciones, donde la noción de “ley” era decisiva en términos sociales.
[21]Michaux, Henri Conocimiento por los abismos; SUR; Bs. As.;1972
[22]Para un análisis de esta cuestión se puede ver  Lewcowicz I. “La situación carcelaria” publicado en El Malestar en el Sistema Carcelario.
[23] Nos remitimos aquí a lo expuesto anteriormente en VI. Una noción de subjetividad.
[24] Para ampliar estas tesis pueden verse los artículos  anteriormente citados.
[25] Para el funcionamiento de las ficciones en el derecho un estudio brillante es el de Marí, Enrique; La teoría de las ficciones en J. Bentham; en Derecho y Psicoanálisis; Hachette; Bs. As.
[26] Legendre, P. El inestimable objeto de la transmisión; Siglo XXI; México; 1997.
[27]  Para un análisis en profundidad de los cambios en la legislación argentina y sus consecuencias se puede ver  el trabajo de G. Hurtado "Guerra contra las drogas: La insoportable vocación por el fracaso",  en Dobon y Hurtado (Comp.)  Las drogas en el siglo....¿Qué viene? FAC, La plata, 1999.